Euskadi, tiempo de la palabra

José Ramón Martínez
23:18 • 10 may. 2018

Cuenta el filósofo Alain Finkielkraut que en pleno mayo del 68 y con las banderas de la utopía al viento la lectura del Archipiélago Gulag les curó de arrogancias e idealismos exacerbados. Aquí no tuvimos esa suerte. Los intentos por encontrar una salida conciliadora en el Pais Vasco no dieron resultado. Una generación de jóvenes imbuidos del espíritu revolucionario de la época y ese anhelo de venganza y revanchista de la guerra civil, que anidó en tantas familias, los obnubiló.  


Cómo pudo pasarnos esto “Porqué hemos pasado de idealistas primero a caines después y no en otras Españas, tanto o más humilladas y ofendidas, con o sin lengua propia, maltrechas y pisoteadas por la autocracia” se preguntaba la escritora vasco-navarra Idoia Estornés. El caso es que, entre predicadores, mártires, y héroes la efervescencia revolucionaria prendió, al igual que aquellos discursos de pueblo oprimido, sojuzgado o asimilado que se ha alimentado de generación en generación. Desde luego, el fervor político entre mesiánico y vehemente que se ha vivido en el País Vasco todos estos años atrás no tiene parangón ni en España ni en la Europa democrática. La historia de odios atávicos y de violencia física y moral que se ha producido en esta sociedad es para hacer reflexionar a todos, más allá de la perplejidad y la sinrazón que provoca el drama humano que ha tenido lugar. 


Autocrítica El nacionalismo vasco debe ser el primer interpelado por haber sido el hacedor de ese relato épico-narrativo cargado de mitos y exaltaciones colectivas, que ha servido de alimento para la dialéctica de las bombas. Se hace imprescindible una rectificación sobre el pasado que ponga en cuestión las bases que hicieron posible el terror. Si el nacionalismo vasco hubiese acometido su renovación ideológica como hicieron las grandes ideologías del XX el espacio para el radicalismo se hubiera reducido. 



Irresponsabilizar a ETA y a su entorno sobre los daños causados, puede significar una espada de Damocles sobre la democracia. Hubiera sido mejor reivindicar el espacio prepartidario de Gesto por la paz que apelaba a la humanidad frente a las causas históricas, conflictos y contenciosos varios. Aunque algunos prefieran pasar página o casi blanquear lo ocurrido antes que hacer un examen crítico sobre su historia. 


Civilizar el futuro Es el tiempo de la palabra y no de volver a las trincheras ideológicas. No se trata solo de dejar las armas físicas causantes del dolor sino la de los idearios que la hicieron posible. Esa idea de que España pretende la destrucción de Euskal Herria y de sus derechos culturales, sociales y políticos no tiene ningún sentido en la Euskadi de hoy. No estaría mal reivindicar aquel espíritu de aceptación del otro para la nueva etapa de cambio. Y es que el drama de esta sociedad se encuentra, también, en la negativa de muchos a aceptarse en su pluralidad. 



Por último, se trataría de asentar una relación de confraternidad y que la potente y rica voz vasca procedente de la sociedad civil sea de nuevo la gran protagonista. Y que los vínculos históricos, humanos y afectivos que han existido entre el Pais Vasco y el resto de España sigan presentes, como los siguen la huella de los innumerables vascos que forman parte de nuestra cultura compartida, desde los Baroja, Unamuno, Celaya, Blas de Otero, Zubiri, Savater, Zuluaga, Artola, Chillida, Luis de Pablo, y tantos y tantos otros. 




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