Pocos municipios romanos de Hispania cuentan con una monografía tan amplia y detallada como el municipio de Alba debida especialmente al interés y amor demostrado por su distinguido vecino José Ortiz Ocaña. A esta monografía es forzoso remitir a todo aquel que pretenda conocer en profundidad la historia de este municipio romano. Por mi parte, como en las anteriores entregas, en este caso me limitaré a un bosquejo general de la vida política, social y cultural en el tiempo en el que formó parte del estado romano.
Desde los tiempos de Augusto el territorio almeriense dividía sus tierras entres dos provincias romanas, la Tarraconense y la Bética, dependiente la primera directamente del gobierno del emperador, y la segunda de la administración del senado. La línea que separaba ambos territorios y administraciones seguía el curso ascendente de los ríos Andarax-Nacimiento y situaba, por consiguiente, al municipio romano de Alba en la Tarraconense gobernada por un legado nombrado directamente por el emperador.
Antes de la romanización, el oppidum Alba, la Alba bastetanorum, para diferenciarla de otras poblaciones con el mismo nombre de la península, se encontraba junto a la vía que bajaba desde Acci hacia la costa almeriense, a 32 millas de esta ciudad y 24 de Urci según el Itinerario Antonino. Ptolomeo la llama Abula que es la transcripción latina del nombre griego, y la coloca entre las ciudades bastetanas del interior en las coordenadas 11º 40’ y 39º 15’. Este es el núcleo romano que coincide sin ninguna duda con la actual Abla, villa que se asienta en lo alto de una pronunciada colina al borde mismo de la C. N. 324, hoy autovía del 92, que comunica el valle del río Andarax y la ciudad de Almería con Guadix y las tierras de Andalucía oriental.
Como oppidum indígena, pero ya bajo administración romana, perteneció a las ciudades estipendiarias del conventus Chartaginensis citadas por Plinio el Viejo, obligadas a pagar tributo comunal de carácter anual, como consecuencia de haber sido sometida, junto con otras ciudades con fuerte influencia cartaginesa, tras la derrota de esta potencia por Roma. En efecto, como se ha podido comprobar por la ceca que allí existió, antes del inicio del proceso de romanización, esta ciudad de etnia y cultura típicamente ibéricas, fue sede de un asentamiento púnico en estrecha relación económica con la también colonia púnica de Ebusus en la isla de Ibiza.
Como en el caso de otras muchísimas ciudades de Hispania, el acceso al estado de municipio latino tuvo lugar en el último cuarto del s.I d.C. cuando la ciudad recibió del emperador Vespasiano el estatuto que la integraba jurídicamente en igualdad de condiciones con las ciudades de Italia. A partir de este momento se inicia su etapa de mayor esplendor, cuando el municipio alcanza su autogobierno con la constitución de una curia u ordo municipalis, una especie de lo que hoy entendemos por corporación municipal, y una serie de órganos de gobierno (dunviros, ediles cuestores) elegidos en su seno. Con la nueva situación la ciudad deja de ser tributaria y son los ciudadanos, latinos o romanos, los que individualmente quedan sometidos a impuesto. A esta etapa, hacia mediados del s.II pertenece la única gran construcción que nos ha legado el pasado romano. Me refiero evidentemente al mausoleo que hoy podemos contemplar en una reconstrucción, desde mi punto de vista poco acertada, a la orilla de la antigua carretera nacional, a la salida del pueblo, por donde discurría la calzada romana, junto a la cual solían construir los romanos sus monumentos funerarios.
Pero el proceso y espacio romanizado es mucho más amplio y antiguo como atestiguan los numerosos yacimientos romanos de los alrededores que abarcan desde los tiempos de la República hasta el Bajo Imperio y aún bizantinos, en un abanico cronológico que se extiende entre el s. II a.C. hasta el VI d.C. cuando la ciudad dejó de ser un núcleo organizado administrativamente y la población se diseminó por su amplio territorio.
A lo largo de esos siglos Alba presenta numerosos testimonios de su vida económica según conocemos por los vestigios de antiguas explotaciones mineras y sobre todo por sus centros de producción agrícola situados mayoritariamente en los márgenes del río Nacimiento. La gran cantidad de hallazgos numismáticos de los que sólo en Las Juntas se han identificado 41 ejemplares, nos hablan claramente de un trasiego comercial que por la concordancia cronológica era especialmente intenso durante el Alto Imperio.
En este marco político y económico se desenvolvía al mismo tiempo una sociedad que imita en todos los aspectos la vida de la gran urbe. La integración en el estado romano permitía a los ciudadanos de Alba alistarse en el ejercito no ya como auxiliares sino como miles romanus, soldado de Roma, con todos los derechos inherentes, incluida una jubilación asegurada como testimonia el Aurelius Iulius de una inscripción allí encontrada. Otro ejemplo de esta asimilación, pero mucho más importante, es el que testimonia la monumental inscripción poética, hoy conservada en el museo Arqueológico de Granada, que tuve la ocasión de publicar en el ya lejano 1980, en la que un individuo, del que lamentablemente desconocemos su nombre, cuenta en versos hexámetros su carrera militar, prueba inequívoca de un estado cultural avanzado.
Aunque el devenir político y social de cualquier comunidad organizada depende efectivamente del conjunto de su población, no deja de ser una realidad que sus hitos históricos, por lo general, quedan reflejados en la personificación de algunos de sus más destacadas individualidades. En Alba este fue el caso de Lucio Alfeno Avitiano, personaje conocido por dos inscripciones latinas que han llegado hasta nosotros. Una de ellas, totalmente ilegible en la actualidad, sirve de base a una cruz en la ermita de S. Antón; la otra, en un pedestal de la estatua que le dedicó al emperador L. Aurelio Vero, fue llevada a finales del siglo pasado hasta Málaga donde se conserva. Entre ambas nos permiten la reconstrucción de una interesante biografía, la de un individuo de ascendencia probablemente africana, pero nacido en Alba, que alcanzó altos cargos de responsabilidad en el ejército, obtuvo la condición de caballero romano, fue tribuno en Roma de una cohorte urbana, una especie de jefe de policía de la ciudad, y lo que es más significativo, estableció las bases de influencia suficientes como para que uno de sus nietos alcanzara el rango de cónsul del estado romano en el año 213 d.C. y que sus descendientes mantuvieran en el futuro estrechos lazos con la más alta e influyente sociedad de su tiempo.
El ejemplo de Lucio Alfeno Avitiano es uno entre los muchos del Imperio Romano, de como la promoción social de los notables locales formó parte del sistema de integración de las ciudades y provincias que progresivamente lo fueron conformando, y como estos notables contribuyeron, mediante su adhesión al emperador y al estado, a la formación y cohesión de sus respectivas comunidades.
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