Apuntes sobre la polémica de la Facultad de Medicina

Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 13 may. 2018

Que nadie se lleve a engaño: cuando alguien va al médico, lo que le interesa es su pericia en el diagnóstico y su acierto en el tratamiento; el lugar en el que ha nacido o la Universidad que le ha facultado le es indiferente. 

Dejado claro la confesión anterior, comprenderá el lector que el provincialismo sanitario (como cualquier otro) no está entre mis sentimientos y sí en mi agenda de carencias.


Pero esta circunstancia no impide considerar un error la descalificación con que el presidente del colegio de Médicos valoró la posible creación de una facultad de Medicina en la Universidad de Almería. Decir que esa facultad sería “una fábrica de petardos” es una ligereza que el ingenioso Paco Martínez Amo nunca debería haberse permitido. Quienes le conocen (le conocemos) sabemos que ese tipo de expresiones forman parte de su ADN íntimo, tan reconocido en sabiduría médica, espontaneidad dialéctica y calidez personal.



En lo que no cayó el doctor Martínez Amo cuando hizo esas declaraciones fue en la cuenta de que su posición en el colectivo - presidente de los médicos almerienses-, le obligaba a la mesura en el cuidado de las formas y a la ponderación de los argumentos, a favor y en contra, de esa posible facultad. No lo hizo y, una vez más, el ‘efecto mariposa’  (una mariposa que bate sus alas en China puede acabar provocando un huracán en el Caribe, ya saben) ha acabado confirmando la teoría del caos del que proviene.


El primer aleteo de su calificación tan abrupta llegó hasta Torrecárdenas y más de doscientos sanitarios se armaron de bolígrafo para firmar un comunicado defendiendo su capacidad profesional y docente. 



Doctores tiene la Iglesia y catedráticos la Universidad  y médicos la sanidad para evaluar la viabilidad de una facultad de Medicina en Almería y para evaluar la capacidad docente de los especialistas del complejo de Torrecárdenas y otros centros hospitalarios de la provincia. De lo que no cabe duda alguna es de su extraordinaria capacidad profesional, tan merecidamente elogiada por quienes por ellos han sido tratados y como hoy reitera en estas mismas páginas por su presidente colegial. 


Los médicos almerienses gozan de excelente capacitación y en algunas especialidades de extremada complejidad, de un prestigio contrastado extramuros de las fronteras provinciales. Esta realidad les capacita, ni más ni menos que otros profesionales de otras provincias cercanas, para transmitir su experiencia y conocimientos a los futuros profesionales durante su fase de formación.



La globalización del conocimiento y las nuevas tecnologías han demostrado que nadie puede dar lecciones de nada pero que todos debemos aprender de todos. Aquel tiempo de moreras en los que una de las mayores exhibiciones de la sanidad almeriense era el cuadro abstracto dibujado por los yesos tirados a la Rambla del sanatorio Artés, hace tiempo que quedó en el olvido. Como han quedado en el olvido la búsqueda en otras geografías de las soluciones médicas imposibles de encontrar en Almería, aunque no con la rapidez y la globalidad  que todos desearíamos. Y como debía quedar sepultado en el olvido el complejo de inferioridad con que siempre hemos mirado a Granada o Murcia en cualquier aspecto del territorio universitario, asistencial o comercial.


Cuando hace 25 años el gobierno andaluz aprobó la propuesta del consejero Antonio Pascual (un jienense al que, como es habitual entre nosotros, Almería todavía no ha hecho justicia) de crear la Universidad de Almería, no fueron pocos los que asistieron a su nacimiento desde el desdén de ese complejo de inferioridad. ¿Para qué hace falta una universidad en Almería teniendo tan cerca Granada o Murcia?, se preguntaban desde la soberbia acomplejada de su ignorancia de provincia acomodada a la segunda división del saber. 


Pues para que miles de jóvenes almerienses hayan podido cursar estudios superiores que, de otra forma, no lo podrían haber hecho por escasez de recursos económicos y para que muchos de ellos, muchísimos de ellos, sean hoy profesionales de prestigio en la ciencia matemática, el ejercicio del Derecho, la industria alimentaria, la investigación agrícola o la fisioterapia. Todavía queda mucho por andar- el conocimiento es una carrera que no termina nunca- pero los resultados han demostrado lo acertado de aquella decisión tan incomprendida entonces por algunos.


No se si la facultad de Medicina acabará incluida en el catálogo de titulaciones de la UAL; eso es una decisión que corresponde a quienes saben. Lo que sí sabemos los que no sabemos los parámetros que deben valorarse para tomar esa decisión, es que la valoración de esos parámetros debe hacerse desde el rigor y, sobre todo, alejando esa reflexión de cualquier atisbo de radicalidad de las distintas y legítimas posiciones. La capacidad razonante que le es exigible a quienes en su día deberán tomar la decisión les obliga a encauzar el debate desde el análisis más desapasionado. La Facultad de Medicina no es la solución a los problemas de la sanidad en Almería, pero tampoco es un problema (o mejor, una posibilidad) que deba solucionarse creando un problema. Vuelvan todos los implicados al camino del razonamiento sosegado y académico y seguro que alcanzan la mejor decisión. Eso es lo que quieren todos y sinceramente no es tan difícil alcanzarlo.



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