A veces pienso que hay otra vida en otra parte que nos da algo suyo cuando más lo necesitamos. Una existencia lejos de nuestros orígenes que bien por azar o por diferentes motivos nos acoge y mientras nos dejamos llevar por un extraño poder de atracción del lugar echamos raíces y nuestra vida última es esa existencia en el sitio que el destino nos ha deparado. Tal vez es lo que le ocurriera a la nonagenaria Janet Newton, la mujer americana que tras fallecer a sus 91 años, en noviembre de 2016, recibió sepultura el pasado viernes en el cementerio municipal de Mojácar, tras permanecer año y medio en el depósito de cadáveres del Instituto de Medicina Legal de Almería. Fue el juzgado quien puso en conocimiento del Ayuntamiento mojaquero la existencia del cadáver, por lo que el Consistorio se ha encargado de activar los trámites para la inhumación de la ciudadana americana que ha vivido sus últimos cincuenta años en la más hermosa colina albina del Mediterráneo. Una historia que recogió la pasada semana La Voz en la certera pluma del compañero Manuel León.
Salvada la prolongada estancia –dieciocho meses- en las cámaras mortuorias del Instituto de Medicina Legal, el relato de Janet Newton no es único ni será el último. Las sucesivas llegadas y asentamientos de ciudadanos procedentes de otros países a los rincones y pueblos de la provincia, el paso de los años, el natural envejecimiento, la ausencia de familiares y allegados, así como una variada concatenación de circunstancias personales, entre otras la carencia de medios económicos, han propiciado la ocurrencia de decesos naturales, muchos de ellos en soledad, que quedan al albur de la generosidad municipal, de la caridad parroquial, de la práctica de obras de misericordia del correspondiente vecindario o del escaso altruismo de las funerarias.
No lejos en el tiempo, recogí en esta columna otro relato que sin mediación judicial, guarda cierta similitud con el de la traductora americana de Mojácar. El organista Daniel Velhurt, fallecido organista holandés que recompuso en parte el órgano de la Basílica de Oria y trabajó en la restauración de los órganos de las iglesias de María y de Cantoria, reposa desde 2013 en un modesto nicho del cementerio orialeño, cedido por el municipio, y recibió digna sepultura merced a la actuación de los entonces párrocos de María y de Oria. A maese Daniel nadie le reclamó cuando le abandonó su corazón. La casuística no acaba aquí. Son algunos más los ciudadanos foráneos fallecidos que han sido incinerados o han dispuesto de su última morada gracias a la intervención de sus respectivos entornos vecinales o a lo que décadas atrás sería la beneficencia. En cualquier caso, ellos han encontrado, tras su tránsito, un lugar digno donde reposar y descansar en paz. Tal vez porque la suerte, paradójicamente, también tenga mucho que decir en el definitivo destino de los humanos. A la vista de los relatos enunciados no estaría de más pensar en rescatar a las hermandades y cuadrillas de ánimas, allí donde no las haya, pues todas tienen como primordial objetivo atender las necesidades de difuntos como Janet Newton o Daniel Velhurt. La generosidad y la solidaridad tendrán, así, mejor destino en ciudadanos vivos. Y no habrá que apelar a la caduca beneficencia, que huele a naftalina.
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