La profunda crisis de una profesión dignísima

Alfonso Rubí Cassinello
07:01 • 15 may. 2018

Desde hace varios años los arquitectos venimos siendo desplazados por los ingenieros en nuestro papel social. En Almería incluso más que en otros sitios. Los responsables del PGOU a lo largo de los quince años de su tortuosa andadura han sido dos ingenieros de caminos, los jefes de los servicios técnicos municipales más destacados son ingenieros de caminos, y las últimas obras importantes de la ciudad han sido adjudicadas y coordinadas por ellos. En algún caso, (como en el del Mesón Gitano), con un desenlace poco edificante, provocando rechazo social y una investigación de la fiscalía anticorrupción.


Recientemente se ha acelerado este proceso: la selección de gerente para la Oficina del Plan Estratégico ha sido realizada por cinco funcionarios de los cuales el único técnico era un ingeniero de caminos, por lo que no es de extrañar que como más idóneos para el puesto hayan sido seleccionados tres ingenieros de caminos y uno industrial, descartando a los nueve arquitectos que aspiraban al puesto.


Además, entre los coordinadores de las ocho Mesas vectoriales que se le han ocurrido al Ayuntamiento para desarrollar el Plan Estratégico, hay una dirigida por un ingeniero de caminos y ninguna por un arquitecto. Lo que es lógico, porque en el Consejo Social sólo hay un arquitecto, que soy yo, y no estoy ahí como tal, sino como promotor del Consejo.  



Casi simultáneamente los cuatro miembros de la Mesa Técnica del Master Plan del Puerto Ciudad han sido ingenieros de caminos, y de los cinco miembros de la Mesa de Contratación los dos únicos técnicos presentes han sido también ingenieros de caminos.


Soy arquitecto desde hace 45 años y por lo tanto testigo cualificado (y víctima) de esta crisis. Decidí estudiar Arquitectura atraído por la nobleza de una actividad profesional que es a la vez una de las Bellas Artes clásicas y un compendio de técnicas aplicadas de índole científica y matemática, y cuyo servicio a la sociedad se concreta en la configuración de espacios para que los ciudadanos desarrollen en ellos su vida pública y privada.



Por ello, ser arquitecto debería significar estar comprometido con la búsqueda simultánea de la Belleza, la Verdad y el Bien (las tres categorías del ser) y vivir de acuerdo con una forma peculiar de entender el mundo y de estar en él. Para enfrentarnos a la riqueza de matices y a la variedad de desafíos que se plantean a la Arquitectura, hay que asumir el aforismo clásico de que nada de lo humano nos sea ajeno, que conocí en mi adolescencia a través del comentario de Unamuno con el que inicia su obra El sentimiento trágico de la vida.


Con este bagaje, los arquitectos hemos contribuido a lo largo de la Historia al progreso de la sociedad en la que vivimos. Bien es verdad que ese papel sólo lo han representado grupos minoritarios, élites que eran plenamente conscientes de la labor que les correspondía en la convivencia colectiva. Muchos otros colegas se han rendido a la presión del dinero y de la especulación inmobiliaria. En Almería tenemos ejemplos contundentes de una cosa y la otra.



Esa renuncia a los valores trascendentes de nuestra profesión es una de las principales causas (aunque no la única), de que hayamos perdido nuestra posición en la construcción de la sociedad, y de que hayamos sido desplazados por los ingenieros hasta un límite que como se ve, es abrumador. También creo que otra parte importante de la culpa de este descrédito la tiene nuestra formación, que nos empuja a cosas que no están de moda como ser críticos, buscar alternativas y aspirar a la utopía, desdeñando ese posibilismo mediocre de que lo mejor es enemigo de lo bueno, que conduce a la renuncia y al empobrecimiento. 


Los ingenieros en cambio son profesionales preparados para “hacer cosas” con un sentido práctico y resolutivo que no tenemos los arquitectos. Se me antoja que esta confrontación es la del homo sapiens (el hombre que piensa) con el homo faber (el hombre que hace). 

Sin embargo las aportaciones de ambos colectivos son necesarias para dar solidez al progreso social, así que habrá que encontrar la forma de que los arquitectos recuperemos el papel que nos corresponde en la construcción del futuro de la sociedad.



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