Nunca en los telediarios, como sucedió el pasado sábado, se enfrentaron tan nítidamente dos mundos narrativos: el cuento de hadas de la boda londinense de Enrique con Meghan y la telenovela catalana -no se pierdan los capítulos que escenifica Carlos Alsina cada mañana en Onda Cero- con el nuevo gobierno de Quim Torra, que incluye nombramientos de consellers en la cárcel y a otros huidos de la Justicia.
La crónica social se completa con el debate en Podemos sobre el chalet de Pablo Iglesias e Irene Montero que un columnista de Expansión saluda alborozado, y sin ironía, al interpretar que eso demuestra que “aceptan la realidad aspiracional de las clases medias”. Todo eso sobre el vodevil parlamentario incesante en un país que, según las encuestas, tiende al empate infinito paralizante: empate entre independentistas y constitucionalistas; entre derechas e izquierdas, según la antigua usanza; empate dentro del bloque de derecha entre populares y Ciudadanos y de la izquierda entre PSOE y Podemos. Solo los nacionalistas del PNV, y antes los convergentes de Pujol, se benefician vendiendo carísimos los votos para romper el bloqueo.
Mientras todo eso sucede en la superficie informativa, la preocupación de Europa va por otros lado: el despropósito de gobierno populista italiano entre la extrema derecha de la Liga y la izquierda más extrema del M5S ha alarmado a la Unión. Las cuentas italianas no cuadran -deuda pública desbocada más promesas de reducción de impuestos inasumibles- por lo que la estabilidad pretendida se torna seria amenaza. Lo de Cataluña se empequeñece frente al temor de que Italia pueda descarrilar. Que se debiera intervenir la economía portuguesa, o la griega, fue un riesgo pero una agonía económica del gigante italiano hace inimaginable un rescate.
Además de Italia, la posible desestabilización europea por Ciberseguridad y noticias falsas es preocupación de los poderes fácticos. Llama la atención que sean las fuerzas armadas de los distintos países las que protagonicen el estudio y las propuestas de medidas contra la nueva amenaza. Por Madrid pasó el Secretario General de la OTAN y sorprendió con sus declaraciones, que poco tenían que ver con geoestrategias o tecnología militar. “La propaganda no se combate con propaganda- dijo Jens Stoltenberg- sino con periodismo de calidad. Necesitamos periodistas que hagan preguntas incómodas”, remató desconcertando a cualquier informador temeroso de ser marginado por formular cuestiones molestas.
Algunos países europeos -a la cabeza Francia, Alemania, España y Polonia- toman medidas, que ya se verá si son efectivas o no, pero al menos reaccionan ante el alud de noticias falsas que alteran las opiniones públicas. Macron impulsa una ley, Alemania endurece las sanciones y en España se encarga al Consejo Nacional de Ciberseguridad, creado en 2013, que además de reforzar la seguridad, contrarreste la campaña de desinformación. El general Carlos Gómez, que encabeza el Mando de Ciberdefensa, sostiene que “una población culta y formada es más resistente a las noticias falsas, verdaderas armas de persuasión masiva”.
La inteligencia alemana ya concluyó hace pocos días que se había producido ingerencia rusa en la crisis catalana. Las primeras informaciones se han confirmado: las granjas de bots rusas, especialmente las de San Petesburgo, que aceleraban la difusión de noticias pro independentistas desde servidores venezolanos, o de otros países, actuaron con intensidad en el entorno del desdichado 1 de Octubre y en otros momentos relevantes del proceso. Aunque el general Sanz, jefe del Centro Nacional de Inteligencia considere “un poco exagerada la afirmación de que el mundo vive una segunda guerra fría”, el interés ruso por desestabilizar la Unión Europea vía Brexit, o vía Cataluña, parece probado. Pero la crisis italiana oculta o minimiza lo demás. Y no será porque no se hagan aspavientos mediáticos para llamar la atención desde Barcelona o Berlín.
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