Pesadilla en la cocina socialista

No es necesario entrar en los numerosos detalles para calibrar el alcance del daño que la maniobra de las elecciones primarias está causando en el PSOE almeriense. De entrada porque, pase lo que pase, al ganador o ganadora de este juego de tronos retransmitido en directo va a salir en la foto de campaña con un hermosísimo lamparón imposible de disimular. ¿Se habrá beneficiado el vencedor o vencedora de algún manejo poco edificante? ¿Se votó de acuerdo a un censo real o en función de un censo enriquecido a gusto de alguien para, como se ha llegado a reconocer, “dar estabilidad” a las cosas? Son dudas que se plantean ahora y que no parece que puedan aclararse de cara al exigente futuro. Y lo más gracioso es que en esto, como en el caso de algún que otro master universitario, los problemas vienen creados por esa improductiva e innecesaria ambición de aparentar lo que no se es. Y en España los partidos políticos no son, ni tampoco parece imprescindible que lo sean, una congregación de mártires puritanos dispuestos a sacrificarse en el altar de la virtud pública. Son grupos de personas que comparten ideas y objetivos. Pero esta alocada carrera por la ejemplaridad ha arrastrado a algunos partidos a una santificación de lo diáfano que no aporta más que disturbios propios y beneficios ajenos. Con esto no quiero decir que la política deba conjugarse entre el delito y la truhanería, como tantas veces vemos, sino que -por decirlo lisamente- una cosa es favorecer la participación y otra hacer el canelo. Y en este punto quiero situar la sensación de muchos militantes del PSOE almeriense, que se ven envueltos en una división de la que no van a poder salir bien librados, porque los vencedores se volverán más fatuos y los perdedores más rencorosos. ¿De verdad todavía hay alguien que piense que las primarias son un buen invento? Que se lo digan en el futuro al candidato o candidata del PSOE cuando una y otra vez le recuerden en campaña el penoso espectáculo que propició su designación.