Presidente Sánchez

Emilio Ruiz
00:30 • 03 jun. 2018

Hace tan solo unos días, el 23 mayo, el que era presidente del Gobierno, Mariano Rajoy; su Gobierno, sus 137 diputados y todo el Partido Popular vivían un momento de euforia. No era para menos: habían conseguido sacar adelante los presupuestos generales del Estado y, en consecuencia, podían garantizar la estabilidad política del país hasta prácticamente el final de la legislatura. Pero en política, como en la vida misma, las cosas no son tan previsibles. Mientras esa situación ‘popular’ era una realidad, el vecino de enfrente, el Partido Socialista, vivía sumido en la desorientación, sin saber qué camino tomar en un momento político en el que la ciudadanía pedía cualquier cosa menos quedarse parado. El nuevo PSOE de Pedro Sánchez se sacó de la chistera la reinvención del concepto ‘nación de naciones’, pero la gente –y entre la gente se incluyen a sus propios militantes- nunca llegaron a saber qué diferencia hay entre lo que tenemos, un estado autonómico, fuertemente descentralizado, en la práctica un estado federal, y la nueva propuesta que se hacía. “Se trata de reconocer la identidad de los pueblos de España”, se decía, como si esa identidad no fuera ya una realidad. Bastaron un par de meses para que decayera el ímpetu de la ‘nación de naciones’.


 Posteriormente, el PSOE se inventó la Comisión de Evaluación y Modernización del Estado Autonómico. Sus buenas intenciones no fueron secundados por casi nadie, y si el Partido Popular se mantenía en ella no es por convicción sino como pago por la adhesión socialista al 155. Por esa comisión han pasado políticos y expolíticos, poetas y cantantes, periodistas y novelistas. Mucha palabrería y pocas conclusiones. Esa comisión también hoy está muerta.


 Se había quedado el PSOE sin discurso –sin relato, que se dice ahora-, casi en el ostracismo, viendo cómo las encuestas (no una, ni dos, ni tres… todas) lo mandaban a la irrelevancia de su 20 por ciento de adictos, con un Pedro Sánchez extraparlamentario que apenas se hacía oír y que, cuando lo hacía, era para empeorar el silencio, como cuando anunció su propósito de eliminar los trasvases.  Pero el PSOE es mucho PSOE, que suele decir Susana Díaz. Nunca está fenecido, está agazapado, que es cosa distinta. Y cuando sale de su escondrijo actúa con contundencia. Es cuestión de esperar el momento. El de José Luis Rodríguez Zapatero fue la guerra de Irak. El de Pedro Sánchez, la sentencia del Caso Gürtel. En ambos casos el golpe ha sido mortal para sus presas: el desalojo de La Moncloa.



 Pedro Sánchez ha pasado en menos de una semana de ser el irrelevante Sánchez a ser el presidente Sánchez. Ese tránsito tan corto en el tiempo pero importante en su fundamento lo ha realizado con maestría y tacto y con una habilidad despampanante. Hasta las armas que se han desenfundado para combatir su desparpajo han luchado a su favor. Léase, por ejemplo, la exhibida por la presidenta del Congreso, Ana Pastor, que ha pretendido liquidar el proceso en cinco días para que al adversario no le dé tiempo ni a armarse. No aprendieron de la caída de Aznar y no han recordado que el PSOE necesita pocos argumentos para crear un buen fundamento. 139 años de historia dan para mucho. Es justamente lo contrario de lo que le ha pasado a Ciudadanos: su escasez de solera le ha dejado desnortado. Quería echar a Rajoy y a última hora ha intentado arraigar a Rajoy. Quería agradar al PP y ha sido el portavoz del PP, Rafael Hernando, quien le ha dirigido los peores reproches. La experiencia es un grado. Rivera no la tiene y se echa en falta.





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