El nombramiento de Josep Borrell como Ministro de Asuntos Exteriores es un acierto por parte de Pedro Sánchez. Los primeros en arremeter contra Borrell han sido los separatistas. Le ha acusado de todo, "sembrador de odio contra Cataluña" ha dicho de él el prófugo Carles Puigdemont. Es el mundo al revés. Los supremacistas disparan contra quien les puso en su día contra el espejo al desmontar en un libro de lectura imprescindible ("Los cuentos y las cuentas de la independencia" Ed. La Catarata) que el discurso victimista de los secesionista, "España nos roba" (Artur Mas, Oriol Junqueras), era una falacia construida alrededor de una mentira mil veces repetida. Después ha sido Presidente del Parlamento Europeo y antes, vencedor (con el aparato del partido en contra) en unas elecciones primarias como aspirante a la secretaría general del PSOE.
Es un hombre de formación rigurosa y principios anclados en la socialdemocracia clásica. Quienes desde el nacionalismo heredero de los tics carlistas le atacan tildándole de "jacobino", (como lo ha hecho el diputado Campuzano del PdeCAT) ignoran que este término habla (bien) de quienes defienden a ultranza la democracia política y todas las libertades democráticas. Que les moleste que además, en sintonía con la herencia de la Revolución Francesa, apareje una visión del Estado como instrumento para garantizar la libertad, la igualdad y el amparo a los más débiles, pues no parece mala tarjeta de presentación. Que hayan salido a insultarle antes incluso de que haya tomado posesión del cargo, arroja luz sobre las trabas y hasta celadas parlamentarias que tendrá que sortear Pedro Sánchez sí quiere culminar con algún éxito lo que queda de legislatura. Pero de momento, contar con Borrell es un acierto. Dentro y fuera de España.
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