Dice mi hijo que, a veces, soy impúdico: cuando cuento cosas, digamos, personalísimas. La última, el gozo que me produjo la operación de cataratas a que me sometí en marzo. No me parece impúdico hablar de esas cosas: siempre he considerado este artículo un diálogo de papel entre amigos –Vd., lector, y yo- y los amigos hablan de las cosas de la vida que, como decía John Lennon, es lo que va pasando.
Y tiene razón Ginés Morata, nuestro Premio Príncipe de Asturias, cuando, también sobre la vida, dice que es una colección de azares. Azares, claro, que pueden ser afortunados o desafortunados. Y uno de éstos –más frecuentes, claro, en la vejez- cuando disfrutaba feliz de la nueva claridad sin veladuras que me habían dado las cataratas desaparecidas, me llevó de nuevo al quirófano para una cirugía distinta, mecánica, operativa, que me ha impedido escribir, tras 127 semanas ininterrumpidas, desde finales de abril.
Y en este tiempo embarrancado, que se me ha hecho larguísimo, he tenido todo el tiempo del mundo para oír la música que no había oído en años y para pensar sobre cosas tal vez abstractas. Por ejemplo, en cuánto envejece el tiempo. Pero no el tiempo en sí, sino lo que deja atrás su paso, dándole la razón al sabio Benedetti cuando dice que un instante –un solo instante- es un copioso universo: cada día pensaba en lo que sucedía y sobre lo que podría escribir ese domingo –de haber podido hacerlo- y, al día siguiente, surgía un hecho nuevo que mandaba al olvido al del día anterior y, así, día tras día ininterrumpidamente: la prodigiosa Fiesta coral del Macael de los canteros y caciques; el cincuentenario del mayo francés del 68; la reacción a la polémica e incongruente sentencia –es sabido que hay sentencias que sólo aciertan donde dicen “fallo”- de “La Manada” y su voto particular inasumible, pues el propio Tribunal Supremo tiene declarado que “el Juez debe tener la seguridad de que “su conciencia” es entendida y compartida por la conciencia de la comunidad social a la que pertenece y a la que sirve”.
Y de este tiempo de silencio me queda una sensación de frustración, porque la vida acredita algo que he dicho muchas veces: que querer no es poder sino que poder es querer. Porque yo quería escribir y mantener este diálogo -a veces tertulia- semanal de papel, pero no podía. ¡En fin!, hoy vuelvo por donde solía: no hay mal que cien años dure.
¿La prueba? Que dejé de escribir antes de que se aprobasen los Presupuestos del PP y vuelvo a hacerlo cuando ha tomado posesión otro Gobierno. Y, todo, en poco más de un mes.
Otra vez ha acertado Benedetti al decir que está pasando el tiempo y hace ruido. ¡Cuánto ruido ha hecho!
He oído y leído comentarios, que no comparto, spbre los compromisos ocultos adquiridos por Pedro Sánchez para lograr los votos necesarios que hiciesen triunfar su moción de censura. ¡Ningún compromiso! Ha sido una moción de odio contra Rajoy y el PP. Y el odio une: si todos no votaban a Sánchez, seguiría de presidente su odiado Rajoy. Los votos, pues, se unieron en beneficio de todos los votantes, que querían lo mismo y se necesitaban.
Una moción de censura desencadenada por el precipitado anuncio de Ciudadanos de que, a raíz de la sentencia Gurtel, la legislatura se había acabado, por lo que proponía una moción instrumental que obligase a convocar elecciones. Y no cayó el acelerado Rivera –socio del PP- en que el PNV teme más que a un nublao, precisamente, la convocatoria de elecciones. Así, le dio servida la moción de censura a un ambicioso –y, esta vez, ágil- Pedro Sánchez. Todo ha sido así de sencillo. No entiendo, pues, el calificativo de frankenstein que se ha dado a esos pactos inexistentes y al gobierno que habría de salir de ellos: la oposición no apoyó a ningún gobierno –no hubo, siquiera, exposición de Programa-, pues no fue sesión de investidura, sino moción de censura.
Como tampoco entiendo que la famosa sentencia/pretexto de Gurtel surtiese el efecto de arma de destrucción masiva. Una sentencia que no es firme y casi con toda probabilidad será casada por el Tribunal Supremo: todas las partes han recurrido en casación. Y, además, en el debate parlamentario se le ha hecho decir a la sentencia cosas que no dice. Y me preocupa mucho el desprecio palmario por la presunción de inocencia, cada día más transformada en presunción de culpabilidad. ¡Ingenuo de mí! Siempre he escrito –y me reafirmo, pese a lo ocurrido- que con la vida política de una persona sólo pueden acabar los ciudadanos, con su voto; la muerte; la dimisión, o una sentencia penal firme condenatoria que lleve aparejada la inhabilitación.
Y es que el famoso caso Gurtel ha tenido un camino tan accidentado que ha dejado muchos muertos: el primero, el juez instructor que lo inició, Baltasar Garzón, condenado por el Tribunal Supremo a once años de inhabilitación y expulsión de la carrera judicial por intervenir y grabar las comunicaciones de los detenidos con sus abogados. Y es preocupante que la recién nombrada Ministra de Justicia, Dolores Delgado, muy cercana al ex Juez Garzón y al Magistrado José Ricardo de Prada, apenas publicada la sentencia, avalase en las redes sociales aquel proceder garzoniano: “se avala el trabajo bien hecho. Un buen día para recordar al juez Baltasar Garzón”.
Y, además, los medios de comunicación –a mi juicio- han dado la noticia de la sentencia de manera inexacta, publicando, como si se tratase de un solo delito, la suma en años -351- del total de las penas por los muchos a que ha sido condenado cada condenado, cuando el máximo de años de prisión que puede cumplirse es el triple del castigado con la pena más grave.
Y algo muy importante: los hechos se cometieron en la época de Aznar –no de Rajoy-; ni éste ni ninguno de sus ministros ha sido condenado; y el PP, tampoco penalmente, ni civilmente siquiera, pues el partícipe a título lucrativo –artículo 170 Código Penal- sólo “está obligado a la restitución de la cosa” Y digo yo: ¿a quién, a Gurtel, a Correa?
Sin embargo, en la moción de censura se echó sobre el PP y sobre Rajoy una supuesta e inexistente condena penal por corrupción.
... Y un nuevo Pedro Sánchez –construido por su asesor David Redondo- es el nuevo Presidente del “Consejo de Ministras y Ministros” –¡y yo que ya no me acordaba de Bibiana y las miembras!- con un Gobierno hecho con la intención de agotar la legislatura y de ganar las futuras elecciones. Un Gobierno –que sorprende, tranquiliza e ilusiona- en el que en los Ministerios tradicionales de Estado ha nombrado a tres personas muy valiosas, con neta vocación europeísta y constitucional: Borrell, Grande Marlaska y Nadia Calviño, ésta, la estrella sin duda del Gobierno, persona valiosísima. Es, por el contrario curioso, que el Ministro de Cultura y Deportes declare que odia el deporte y la Tauromaquia. ¡Cosas exóticas que tiene la vida!
... Y, cuando Rajoy –a quien la historia juzgará positivamente, salvo en la cuestión catalana, catastróficamente gestionada- anuncia su retirada –yo elegiría como su sucesora a Ana Pastor- reaparece Aznar - cada día más p’allá que p’acá- como salvapatrias.
Y, yo, hoy, me siento renacido, feliz: retomar este diálogo con Vd., me da vida, me instala en el futuro como presente, con la pena, sin embargo, de constatar que quienes hicimos la Transición y hemos vivido como hijos de ella, nos hemos quedado huérfanos: ha muerto, y empezado un tiempo nuevo en el que, ojalá, mis hijos y nietos vivan felices.
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