Llegó el fin de fiesta. Escoba y trapo para quitar el confeti y recogida de vasos vacíos. Es tiempo de regresar al trabajo, porque toca ponerse a gobernar y hacer buenos los pronósticos de los más entregados. Ahora bien, habrá que ir admitiendo que lo de Sánchez no es un gobierno, sino una agencia de publicidad destinada a hacer campaña hasta el momento que no se pueda estirar más el chicle y haya que convocar elecciones. Tengan claro que el casting ministerial que acaba de tomar posesión de sus cargos y cargas no viene a gobernar, sino a gesticular. A ello contribuyen dos hechos incontestables: su extrema fragilidad parlamentaria y la buena situación económica que ha encontrado a su llegada. Manos atadas y bolsa llena. Prepárense para la que se avecina, que no es ni más ni menos que el zapaterismo de antaño, pero una versión corregida y aumentada.
De esa previsión ya nos ha avisado esa declaración de intenciones que supone aumentar considerablemente el parque ministerial (nuevas carteras, nuevos equipos, nuevos gastos…) y la pirotecnia filológica en la toma de posesión, maltratando a nuestro idioma en aras de una presunta inclusión genérica. Ellas y ellos conocen bien la fascinación y el rédito que genera la patochada y no dudarán en insistir una y otra vez en su neojerga que, más que la resolución de las desigualdades, lo que pretende es establecer una división entre las personas por su modo de hablar, para poder diferenciar así al sensible del insensible y al bueno del malo. Con eso nos van a tener entretenidos todo el tiempo que puedan, intentando poner el foco del interés en aspectos presuntamente ideológicos o éticos, que animen las tertulias televisivas y que vayan generando ese caldo de cultivo propicio a los intereses electorales del sanchismo. Si se habla más de los ministerios y las ministerias, se hablará menos de Cataluña o de qué va a pasar con los proyectos infraestructurales ya en marcha. Y por la banda calientan ya la eutanasia y el desentierro de Franco. Atentos.
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