Rafael Torres
20:02 • 13 ago. 2011
El 29 de diciembre de 1936, tres mujeres, Virtudes de la Puente, Pilar Espinosa y Valeriana Granada, vecinas de Poyales, fueron asesinadas en una revuelta de la carretera de Candeleda por los que en la retaguardia de los sublevados se ocupaban de la "limpieza" de desafectos.
Allí quedaron, al albur de las alimañas y de la intemperie, hasta que 66 años después, en 2002, se pudieron recoger sus restos y darles digna sepultura en el cementerio, bajo una lápida con una paloma cincelada y en la compañía de otras siete víctimas del furor y del odio.
So capa de que la nieta de una de las mujeres asesinadas se ha empecinado en trasladar los restos de su abuela a otra tumba, alcalde de Poyales del Hoyo, Antonio Cerro, del Partido Popular, que nunca vio con buenos ojos, ni él ni su partido, esa restitución de la dignidad a los represaliados del franquismo, aprovechó la ocasión para, conculcando probablemente todas les leyes habidas y por haber, y seguro las del civismo y la piedad, sacar los cuerpos del sepulcro donde parecía que ya iban a descansar eternamente, y echarlos a una fosa común de un rincón del cementerio.
A los ciudadanos que fueron a manifestarse el otro día contra la infame alcaldada, hubo de protegerlos la Guardia Civil de las iras del pueblo. ¿De qué pueblo? Los pueblos entierran a sus muertos, a todos sus muertos.
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