Por muy variadas y diferentes causas parece que vivimos en una situación de permanente crispación, en una época dura y de pasmo. Pasmados se me antojan muchos conciudadanos ante el cambio express de cromos en la cúpula de la ingobernable gobernabilidad de este país, en donde tanta parálisis se ha instaurado y donde tantas cuestiones relevantes nadie soluciona. Y es que como precisa en un reciente articulo la periodista y escritora Rosa Montero “vivimos en la era de los políticos pasmados”. Una etapa que quizás haya ocasionado el desasosiego y la incertidumbre a la ciudadanía que asiste inasequible al pim pam pum de unos contra otros. Llevado por la simplificación del problema, no hace mucho tuve el privilegio de encontrarme con Pepe Cerezo, un ex profesional de la enfermería que cambió su actividad sanitaria por el noble oficio de la práctica sonriente. En su opinión la vida está falta de sonrisas, el mundo sería otro si sonriéramos más porque dejaríamos de fruncir el ceño, de observarnos con desconfianza y de sentirnos, en ocasiones, como enemigos.
Junto a un pequeño grupo de amigos y aficionados, Pepe Cerezo creó hace algunos años una oenege de la sonrisa con la que viaja por todo el mundo para regalar el mejor ejercicio de comunicación que pueda existir, el de una sonrisa. Con ella, el de enfrente se relaja, a la par que uno mismo y se establece una conexión mágica, pues la sonrisa genera una comunicación profunda, crea un lenguaje universal y actúa como un adhesivo social hasta el extremo de convertirse en el arma más poderosa de transformación individual y colectiva. Defensor de la revolución de las sonrisas, afirma Pepe que tras el primer llanto nacemos con la sonrisa aprendida porque acompaña al instinto humano y que solo se aprende a modular para mostrarla cuando nuestro sentimiento o emoción nos la provoca.
La sonrisa viaja asida al humor, algo que el poder soporta muy mal, pese a que le resulte más fácil encajar una feroz crítica. De siempre han sentado mal las burlas irónicas o sarcásticas a determinados estamentos e instituciones, a pesar de contar en nuestro país con una cualitativa hemeroteca humorística y una extensa nómina de humoristas y de trabajadores de la sonrisa, si bien los verdaderos maestros de la sonrisa son los niños, de quienes tanto deberíamos aprender para hacer más llevadera la vida adulta, esa que tanto nos crispa y nos enoja; una existencia que refleja nuestro estado de ánimo cuando andamos tan serios por las calles, en las que parece causarnos pavor cruzarse las miradas y sonreír. Es ésta, sin embargo, una actitud, un gesto y una expresión que deberíamos mantener, no sólo en nuestros rostros, sino en nuestros corazones, durante todos los días de la vida, como se hace allí donde prevalece la cultura de la sonrisa porque la risa es una reacción mágica, muy inconsciente, inexplicable. Pensemos que si hoy entras en un ascensor y alguien te saluda con una sonrisa es muy probable que algo te cambie positivamente o, incluso, que vivas el día de forma más optimista. Claro que para eso hay que ser conscientes de que la risa es el camino más corto entre dos personas, que genera lazos profundos y que no conoce fronteras. Tal vez para eso, como Pepe Cerezo, tengamos que ser un poco trabajadores de la sonrisa.
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