José Luis Masegosa
19:32 • 14 ago. 2011
Decía que quería la luna que iluminaba las anónimas siluetas que deambulaban en la playa, junto a la orilla misma del agua que con inusitada suavidad besaba los labios de la arena en una interminable demostración de afecto. Apenas si podíamos percibir las estrellas difusas en la inmensidad lumínica del satélite que como todos los años, por San Lorenzo, nos ha obsequiado veladas henchidas de sensualidad y sosiego estival. Habíamos escapado de improviso a la rutina vacacional. Con sus ojos de miel miró hacia el pasado y en su afán por saber preguntó por la noticia, por los hechos, por la tragedia, por el asesinato y por todo cuanto aconteció aquel inquieto verano del 76, cuando el país intentaba, a duras penas, abandonar el tufo de la dictadura Sin poder obviar la cuestión dejé hablar la memoria ante el atento auditorio de mi compañía.
Hizo calor aquel aciago trece de agosto en una ciudad atiborrada de veraneantes y propios que buscaron en las playas próximas y en las de la capital un respiro al sofocante ambiente que caldeaba aún más la tensión de la etapa que vivíamos. Al anochecer dispusimos acudir a la sesión cinematográfica de la terraza San Miguel, junto a la playa del mismo nombre, donde los disparos del western jamás pudieron presagiar el guión real que algunas horas después se desarrollaría en el mismo escenario. En aquella madrugada, un joven de 19 años, Javier Verdejo Lucas, estudiante universitario en Granada, militante del Partido del Trabajo de España, cayó abatido por una bala que le segó la garganta cuando realizaba una pintada en una de las paredes exteriores de la terraza de San Miguel. Una pareja de guardias civiles le había sorprendido cuando pedía pan, trabajo y libertad. Su reivindicación se quedó en la “T” del trabajo, mientras su sangre corrió por la arena de la playa. El accidente, que nadie creyó, fue la versión oficial de los responsables gubernativos que hicieron lo imposible por acallar las voces de denuncia y de condena. El asunto aún duerme bajo la pesada losa de la oscuridad que siempre ha girado en torno a este caso.
Extrañados y sorprendidos, casi incrédulos, los ojos de miel inquieren una respuesta a tantas incógnitas. Es trece de agosto de 2011- No puedo satisfacer la demanda. Solo apunto mi testimonio de la recogida de las muestras de sangre amasada en la arena de la playa de San Miguel, de cuyo análisis nunca más se supo. Recuerdo, entonces, a mi escuchante que no fue ésta la única sangre almeriense de la transición, escrita durante años bajo un indignante maleficio de tragedia y opresión: La muerte de María Asensio, las víctimas de “El caso Almería”, el asesinato del joven de origen almeriense Arturo Ruiz... Y es que la reciente historia de Almería se ha escrito, demasiadas veces, con sangre y arena.
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