Es la primera línea de una novela corta, primorosamente editada, de María Jesús Orbegozo, tan dramática e intensa que su lectura hace temblar el alma: “El éxodo de Málaga a Almería”, la dolorosamente célebre Desbandá que tuvo lugar en febrero de 1937.
No podía yo imaginar, en 1961, que a María Jesús Orbegozo, aquella jovencilla guipuzcoana, compañera mía de “Preu” en el Colegio San Pablo de Madrid, la primera de la clase, que me pasaba sus apuntes de griego y con la que tanto bailé en los guateques de entonces, muchos años después me la iba a encontrar un día, en Almería, como mujer de José Luis Martínez, el Editor de La Voz de Almería. El mundo no es un pañuelo: es un sentimiento, el de la amistad eterna y joven.
Y la sorpresa continuó muchos años después de esos muchos años: María Jesús, vasca esencial, me sorprendió y emocionó al convertirme en un personaje de su novela “Hijos del árbol milenario”, -con notas, claro, autobiográficas del desgarro de su exilio vasco, que vive entre Madrid y Almería- precursora e inspiradora, sin duda, de la hoy celebérrima “Patria”, de Ferrando Aramburu; un hermosísimo retrato coral del pueblo vasco, en cuya página 347 habla de aquella época en el Colegio San Pablo y dice: “su amigo más entrañable es andaluz, de Almería”. Y más cosas, claro.
Una novela hermosísima, escrita con amor y ánimo de concordia, que acaba con una solemne invocación al árbol de Guernica: “Tú, árbol milenario, a todos proporcionas sombra. Todos tus hijos, los nacidos y los llegados, tienen cabida bajo tu anchurosa fronda. Que todos, con corazones limpios y generosos, así lo entiendan, y quieran, y vivan en larga, fecunda y duradera paz”.
Una oración de paz y de tolerancia. Y gracias a Dios, parece que así va siendo.
Pero entre aquellos años del Madrid de los primeros 60 –en el que, quinceañeros y desarraigados (era la primera vez que ella volaba de la industrial Zumárraga y yo de la pobre y aislada Almería) éramos totalmente ajenos a la política- y el reencuentro en Almería, María Jesús vivió una vida muy intensa: estudió Filosofía y Letras en la Complutense –luego, Psicología y se hizo Catedrática de Lengua y Literatura- y se politizó. Y tanto se radicalizó en su lucha contra el franquismo, que hubo de exiliarse en Italia y, luego, de vuelta a España, fue juzgada por el terrible Tribunal de Orden Público, defendida por Gregorio Peces Barba y Tomás de la Quadra Salcedo, luego ministro socialista de Justicia. Y todo, sólo por pensar de otra manera. Comprendo que los jóvenes no entiendan que por tener en casa ciertos libros pudiese detenerse a una persona y encarcelársela en Carabanchel.
Y no fue, la suya, una vida en absoluto fácil: en su Zumárraga natal, en 1982 ETA secuestró a su padre, don Saturnino Orbegozo, ya anciano, pese al antifranquismo de su hija y el vasquismo esencial del padre, creador, además, de innumerables puestos de trabajo y de bienestar.
Fue, entonces, cuando volví a conectar con ella, pues, entre tanto, nos habíamos perdido la pista. Y nos emocionamos: ETA presionaba con el rescate, y don Saturnino fue liberado por la Guardia Civil, al cabo de cuarenta y cinco días, muy pocas horas antes de que venciese el plazo para ser asesinado, pese a lo cual, ETA siguió con sus amenazas si no se pagaba, digamos, una multa cuantiosa al haber perdido el caramelo del rescate.
En vista de ello, -usemos un eufemismo- por “prescripción facultativa” se le recomendó alejarse una temporada del País Vasco, para serenar el ánimo. Y se vino, de incognitísimo, a la lejana, incomunicada y tranquila Almería. María Jesús, entonces, me llamó, me comentó los detalles de la estancia y me pidió que le presentase a sus padres a alguna persona mayor con la que pudiesen hablar y distraerse. Y yo tenía a esa persona: mi tía Rosario Molero Miura, cariñosísima y parlanchina, que todos los días los visitaba y con la que llegaron a establecer una relación entrañable. Luego, claro, ella y yo reanudamos la amistad y nos vemos y hablamos con frecuencia. Pero sigue siendo esencialmente vasca, reservada, discreta. Y, así, sólo me enteré de la publicación de “El éxodo de Málaga a Almería”, el día de su presentación en “Zebras”.
Se sorprendió mucho cuando le pregunté como una vasca –ya medio almeriense, absolutamente incardinada en nuestra vida- se interesaba por la Desbandá hasta el punto de investigarla y de escribir una novela sobre ella, al cabo de ochenta años. Tenemos una reunión pendiente porque la novela me ha sobrecogido y necesito que, si puede, me cure los arañazos del corazón. Y es que no es, en puridad, una novela, sino la encarnación en dos familias de sucesos tan reales como trágicos y despiadados de la Guerra.
No sé odiar. Pero odio la guerra. Y más la española, una locura incomprensible, una Guerra de almas.
¿Cómo se explica, si no, que, en el mayor crimen de la Guerra, los “Savoia” de la aviación franquista ametrallara en vuelo rasante y los cruceros Canarias, Baleares y Almirante Cervera, navegando paralelos a la costa, bombardeasen, con saña, las montañas para que se despeñasen sobre los miles de civiles desarmados que se arrastraban hacia Almería penosamente, como un hormiguero negro en movimiento, por el caracol de la carretera con el designio, sólo, de evitar la muerte, dejando en las cuneras a cinco mil ciudadanos muertos o moribundos a los que no había tiempo, siquiera, para prestar el último adiós, en su sinrazón asesina?
Porque, aunque sea una novela, la obra es la historia real encarnada en personajes novelados para darle intimidad y cercanía a la tragedia -todos, el retablo entero, personajes probables, viables, creíbles- que no se limita a la barbarie de la marcha hacia Almería, sino que empieza con la huida de los pueblos de la sierra malagueña hasta la capital y acaba con la evacuación desde Almería.
Una novela descarnada, escrita en un castellano rico, bronco, sonoro, en ocasiones escatológico, descarnado de toda retórica, que la autora ha cuidado de que sea el de cada personaje. Un lenguaje las más de las veces, descarnado insisto, en el que, inesperadamente, surgen observaciones expresadas con una delicadeza impropia del horror de la situación.
Leonardo da Vinci decía que debemos ser “obreros de la inteligencia, arqueólogos de la verdad”. María Jesús Orbegozo se ha aplicado esa lección haciéndose arquitecta del alma: es una humanista que no inventan en su novela: sólo retrata al ser humano -víctima y victimario- con una intensidad tal que el lector se siente protagonista, igual de desgraciado y angustiado que los miles de personajes reales.
Por ello, la novela es, por encima de todo, una reivindicación de la razón, de la inteligencia, del diálogo, de la cultura y de la dignidad humana, encanallada por la Guerra.
Gracián, dijo: "la cólera natural del español exige la libertad de palabra". Lo que no dijo es de disparo.
La civilización, la cultura, los principios no son más que un mero barniz que las circunstancias pueden eliminar, de un día para otro, como un ácido corrosivo.
…Todos los éxodos son el mismo Éxodo, ¡qué importan el tiempo y el lugar! Éxodos dolientes e injustos. Vivimos, en esta época, el mayor de la Historia del que el ”Aquarius” es sólo un símbolo.
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