Convertir la emoción en ideología

Solicitando clemencia por el siempre feo gesto de la autocita, no me resisto a recordar que hace justo una semana escribía en este mismo lugar que el casting ministerial que acababa de tomar posesión de sus cargos y de sus cargas no venía a gobernar, sino a gesticular. Y no parece un pronóstico erróneo, habida cuenta del amplio registro actoral que están desplegando los ministros y, por supuesto, las ministras. Más que de un gobierno, habría que hablar ya de una promoción del Actor’s Studio al borde de la sobreactuación ética. Y no sé si esto acabará causando problemas de competencia desleal a la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas que se encarga cada año de la gala-mítin de los Goya.

Ver al gabinete, con su presidente al frente, volcado en la singladura y arribada del barco de los refugiados, me hace pensar no sólo en las tablas de la nueva compañía de variedades ministeriales, sino también en la insondable vaciedad de sus agendas. También avisaba en el mismo artículo sobre la conversión del debate ético en burladero que iba a forzar un Gobierno tan cortito de escaños como sobrado de desahogo. Apenas siete días le han bastado a los de Sánchez para demostrar que nadie como ellas y ellos para convertir las emociones en ideología.

A diario, y fuera del libro de instrucciones del aplauso fácil, la Armada, la Cruz Roja y las oenegés salvan la vida de centenares de africanos arrojados al mar por negreros que, ahora mismo, deben estar corrigiendo el rumbo de su negocio. Una empresa criminal por sus resultados y rentabilísima por la falta de decisión conjunta europea para acabar con las mafias del único modo que se acaba con ellas. Y mientras, muchos de los que antes se indignaban cuando el Gobierno anterior repatriaba a un cura infectado por ébola, se parten las manos aplaudiendo y hablando de dignidad.

Por mi parte, no quiero que me expliquen qué vamos a hacer con la pobre gente que viene en este barco. Me interesa más saber qué haremos con los siguientes.