El mensaje de las noctilucas

Vivimos en un estado de ebullición permanente en el que no nos concedemos espacios para la tregua o el mínimo sosiego. Todo el mundo parece vivir instalado en el acecho de errores y fallos ajenos, para luego difundirlos y buscar respaldos a una denuncia que, con suerte, podría acabar amplificada en un auto de fe o causa general contra algo o alguien. La queja, alguna vez lo he dicho, es el vehículo de transporte favorito del almeriense. Y no me vengan ahora con la obligación de defender nuestros derechos e intereses sojuzgados durante años o con la necesidad de despertar el alma y avivar el seso, por decirlo al modo manriqueño. No hablo de eso. Me refiero a esa desmedida querencia por el señalamiento que a veces se nos va de las manos. Lo digo tras conocer la reciente denuncia promovida en redes sociales contra lo que, en apariencia, era la aparición de restos de peligrosa contaminación en las playas de Almería. Unas manchas flotantes de color incierto en primera línea de playa no podían presagiar nada bueno. Y así, que si los vertidos, que si las depuradoras, que si los ayuntamientos, que si la vergüenza y que si los pobres turistas. No olvidemos eso. Aquí el ejemplo doliente no somos nosotros mismos sino quienes nos puedan visitar. Siempre me ha sorprendido el generoso estoicismo de aguantar lo indecible en propia carne, pero saltar a la mínima en defensa de los demás. Pero cuando se ha investigado lo sucedido, se ha descubierto que la mancha que tanta alarma causaba no eran vertidos pútridos, sino algo tan natural y hermoso como las noctilucas, un raro organismo marino unicelular que brilla de noche. No había ineficacia municipal, ni llanto por la naturaleza muerta, sino todo lo contrario: una de las manifestaciones marinas más hermosas que se conocen. Ese punto del mar oscuro donde la luz se acurruca, como canta Jorge Drexler en una fantástica canción. Y no lo sé, pero tal vez deberíamos empezar a escuchar un poco más al mar y un poco menos a nosotros mismos.