Evolución

José Antonio Garrido
07:00 • 27 jun. 2018

Hace unas semanas se publicó un artículo científico que concluía que, tras un enorme trabajo de análisis de ADN, se había podido determinar que el 90% de las especies que existen en la actualidad sobre la faz de la Tierra no tienen más de 200.000 años. Y aunque ante nuestros ojos mortales este tiempo puede parecer enorme, apenas es un suspiro en la vida del planeta, calculada en unos 4.500 millones de años. Y siempre que leo o escucho algo en este sentido, crece mi curiosidad y mi interés por la maravillosa Teoría de la Evolución de las Especies.


Durante muchos años, diferentes religiones han defendido la teoría del creacionismo como la única capaz de explicar el origen de toda forma viviente, especialmente la de los humanos. Y no me parece mal. Lo entiendo. La necesidad por entender de dónde venimos se topaba de frente con la ausencia de una explicación científica, y en ese terreno era muy fácil que germinaran teorías de cualquier tipo. La teoría judeo-cristiana de un creador alfarero que manejaba el barro, esculpía y daba vida, dio respuesta a la inquietud de millones de personas durante varios siglos. No podemos negarle su efectividad. Pero a lo largo del siglo XVIII y, sobre todo, en el siglo XIX, diferentes investigadores se encargaron de desmontarla con evidencias científicas.


El primero en elaborar una teoría de la evolución con cierto poso fue el francés Jean Baptiste Lamarck. Éste postuló que toda forma viviente actual había ido evolucionando en el tiempo a partir de formas de vida más simples. Su teoría fue formulada 50 años antes de que el británico Charles Darwin enunciara en El origen de las especies, su teoría sobre la selección natural. Lo que Lamarck venía a decir, básicamente, es que la función crea el órgano. Es decir, como las jirafas necesitaban un cuello más largo para llegar a las ramas más altas de los árboles, el cuello se les fue alargando. Hoy en día, esta teoría se encuentra absolutamente abandonada, habiendo sido sustituida por la del investigador inglés. Para la teoría de Darwin, lo que realmente pasa es que los sistemas biológicos no son estáticos. Es decir, las especies cambian. Y estos cambios a veces empeoran y otras veces mejoran a lo que había. La cuestión es que, ante una situación complicada, uno de estos cambios puede suponer la diferencia entre sobrevivir o morir. Es decir, la supervivencia del más apto pasa por que un cambio aleatorio otorgue una ventaja de cualquier tipo a un individuo frente a otro, y sea éste quien salga adelante.



Hoy nadie duda de la selección natural. Aunque no siempre fue así. Pero lo importante es que la sociedad y su mentalidad avancen al mismo ritmo que lo hace el conocimiento científico. Por eso, invertir en este conocimiento es el mejor legado que podemos dejar a los que nos sucederán.





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