Pedro Sánchez, que fue elegido Presidente con el bienvenido apoyo de grupos con los que previamente había rechazado incluso salir en la foto, tardó apenas una semana en reconocer que iba a incumplir su promesa de convocar elecciones una vez alcanzado el califato arrebatado a Mariano I el Pérfido. Tampoco necesitó mucho tiempo para desdecirse de su anuncio de revisar el sistema de financiación autonómica, que era otro de los argumentos de queja y reclamación que había venido enarbolando el PSOE en todos sus frentes de oposición al PP. En este contexto, cobran especial brillo las palabras que el propio Sánchez subió a su muro de Facebook cuando se presentó a las últimas Elecciones Generales, en las que condujo a su partido a su peor resultado en todos los tiempos, y que a continuación reproduzco textualmente. “Basta de promesas incumplidas e incumplibles. Basta de programas guardados en un cajón al día siguiente de las elecciones.” Cuando apenas tienes diputados y tienes además una deuda pendiente por los apoyos recibidos, hay que pensar que cumplir lo prometido está sobrevalorado. Y si hay que demostrar carácter, se demuestra metiéndose en gastos no anunciados, como el aumento de ministerios, la sanidad universal o las autopistas gratuitas. En todo caso, los españoles ya hemos comprobado que el aprecio que Pedro Sánchez tiene por su propia palabra es bastante menor al que siente por su propia imagen, cada vez más parecida a un catálogo de temporada Cortefiel. Con una televisión pública perfumada de NODO, le vimos primero “hacer deporte antes de enfrentarse a su intensa jornada de trabajo”, y después asistimos a su impagable reportaje con gafas de sol dentro del avión presidencial, culminando finalmente en la apoteosis de pleitesía que ha supuesto anunciar que sus manos -las manos del Presidente- “marcan la determinación del Gobierno”. Estamos a diez minutos de que nos digan que la lucecita de la Moncloa, igual que la del Pardo, permanece encendida hasta muy tarde.
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