En estos tiempos de racismo exacerbado, de unilateralismo, de supremacismo, de nacionalismo –llamémosle como queramos, o todo eso junto- quizá sea conveniente recordar que los grandes países de la Tierra –pongamos, por todos, EE.UU.- los levantaron los emigrantes, quienes llegaron al extremo de hacinar a sus pobladores primitivos –los indios, los pieles rojas- en Reservas aisladas, a modo de campos de concentración. Los expoliaron y redujeron poco menos que a la nada.
Y tampoco convendría olvidar, a la vista de las atrocidades xenófobas de su Presidente, Donald Trump, que él es americano porque sus abuelos, los alemanes Friedrich y Chris Drumpf, llegaron a EE.UU. como emigrantes procedentes de la ciudad alemana de Kallstadt, alojándose en casa de su hermana Katharina, que se había ido antes que ellos a hacer las Américas. Al poco, americanizaron su nombre y apellido –Frederick y Elisabeth Trump- y, lejos de encontrar muros y medidas xenófobas, empezaron a hacer fortuna, a la larga heredada por el actual presidente racista.
¡Si lo entendiéramos. Es todo tan sencillo! La historia de la Humanidad es la de una migración permanente: la emigración no ha parado desde el momento mismo del nacimiento del hombre. Por tanto, no cabe siquiera plantearse la pregunta de si es una solución o un problema: es lo natural. Lo recoge el refranero: “se es de donde se pace, no de donde se nace”.
Es lógico, por ello, que la diferencia en la calidad de vida con el llamado “Tercer Mundo” que se da en Occidente –con la globalización de las comunicaciones, todo el mundo conoce cómo vive todo el mundo, que existe un mundo mejor al que los emigrantes padecen- atraiga a quienes en sus países no tienen horizonte, a quienes ven este Occidente en el vivimos -parece que más afortunada que desafortunadamente- como un señuelo, como el cielo en la tierra.
Hay un principio básico en las relaciones humanas, en la convivencia, que se llama solidaridad, fraternidad: todos hemos de convivir; y convivir es compartir. La persona que, desgraciada o afortunadamente –por hambre o por ocio- abandona su país tiene todo el derecho del mundo a integrarse como un miembro más en la sociedad de acogida, para la que esa integración es un deber. Y gana así la sociedad. Lo entendió bien Consuelo Rumí en su anterior etapa son su política de regularizaciones.
Y no hemos de ir tan lejos: el afán de progresar origina migraciones interiores. ¿Cómo, si no, se explica que el interior rústico de España se esté despoblando a pasos agigantados? Y lo mismo cabe decir de Almería. Las personas emigran en busca de mejores oportunidades.
Sin embargo, proliferan los xenófobos patrimonialistas y exclusivistas de su tierra y de su bienestar. El último, el neonazi Salvini, que ha cerrado los puertos italianos a los inmigrantes. Hace días le oí decir con sorna, en relación con el Campeonato mundial de fútbol: “Mi selección –no clasificada Italia- es Islandia, pero si España acoge este barco –el holandés Lifeline-, iré con ella”. ¡Va’ a fanculo, Matteo!
Acoger al “Aquarius” me pareció un gesto inexcusable de hospitalidad, acorde con los Usos de la mar. Sólo que, tal vez, se exageró la parafernalia: a Almería –no en balde conocida ya en siglo XI como “la puerta de Oriente”-, en estos días, han llegado más emigrantes y se les ha recibido como siempre de manera discreta. Y no digamos los que están arribando al resto de las costas del sur. Pero eso no puede servir de mofa al canalla Salvini.
Es necesario que la Unión Europea asuma una política propia y unitaria respecto de las migraciones, no el bluff de este fin de semana. No puede considerarlas un “problema local” de cada país fronterizo ni. Ha de construir la sociedad del futuro, que necesariamente ha de ser multicultural.
Decía Maquiavelo: virtud equivale a razón. Es, pues, necesario gobernar con la razón y recibir al número de inmigrantes que razonablemente puedan integrarse y alcanzar la prosperidad.
¿La solución? Una, al menos, ayudar a los países de origen. ¡Si está todo inventado! La Europa democrática, arruinada tras la II Güera Mundial, se benefició –hasta renacer- con el Plan Marshall.
Hoy hay –además de la UE- innumerables organismos internaciones –ONU, FAO, FUNAP, OIT, UNESCO, OMS, FIDA, ONUDI, etc.- obligadas a promover el equivalente a aquel Plan Marshall para posibilitar a los países menos favorecidos no ya su reconstrucción, sino su construcción –hay muchos Estados fallidos- fomentando la educación, la medicina, la industria, la agricultura, el trabajo digno y bien remunerado, en suma, la mejora de la calidad de vida de sus nacionales.
Todos los humanos tenemos la misma dignidad, inviolable.
¿869.535 ó 66.384? El PP ha presumido siempre de ser el más fuerte de Europa, con casi un millón -869.535- de militantes. No se explica, así, que para elegir al Presidente del Partido –y candidato a la presidencia del Gobierno- sólo vayan a votar 66.384, el 7’6% de esa supuesta militancia.
¿Ha podido vivir engañado el PP en cuanto a su fuerza y dimensión reales o es que la desafección de sus militantes ha alcanzado esa cota tan dramática?
Las primarias primerizas tienen estas cosas. Y van a dejar heridas incurables.
Exhumar a Franco: España tiene asuntos y problemas más urgentes e importantes que desenterrar a Franco. Pedro Sánchez, que parecía dar una imagen de estadista y ganó el gobierno sin programa, se ha convertido en un Zapatero bis: gestos que lo congracien con la izquierda, cuando, a mi juicio, su caladero de votos, ahora, merced a esa política que había simulado, es el centro: PP y Ciudadanos.
En fin, él sabrá… si lo sabe. Yo, sólo le pido que gobierne, defienda la dignidad de España y de su Jefatura del Estado, y no posturee.
Orgullo gay: Me honró e hizo feliz el premio con que “Colega”, el Colectivo LGTB de Almería, me ha galardonó hace años sólo por defender la normalidad y el derecho de todos a la felicidad. Si el amor es ese “glorioso desatino”, ¿quién lo puede reglamentar? San Pablo fue claro: “solamente nos examinarán de amor” ¿Dónde está dicho, y con qué fundamento, que sólo pueda ser heterosexual? ¿Quién es el estúpido y prepotente portero de ese campo…?Sólo cá uno puede elegir el camino de su felicidad, de su plenitud humana.
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