¿Trasvases? Pues ya veremos

Antes de pegar esa patada a seguir que ha sido su llegada al Gobierno, a Pedro Sánchez le parecían muy mal los trasvases. Por encima de su armónico cadáver. Hombre de firmes manos y no menos sólidos principios, cinceló su compromiso al respecto en unas manifestaciones que inundaron de almíbar el corazón de la España húmeda: “Nuestro objetivo -dijo en referencia al PSOE- es poner fin a los trasvases y apostar por las desaladoras. Ha llegado el momento de poner fin a la improvisación. No hay que hacer política con el agua, sino política del agua”. Naturalmente, esta declaración de intenciones sumió en el desconcierto y el estupor a los regantes almerienses, entre los que hay que contar a numerosos socialistas que defienden públicamente la necesidad de transferir caudales de las cuencas sobrantes a las zonas más deficitarias. Pero como Sánchez es un hombre de firmes manos y no menos sólidos principios, estuvo en Murcia diez días después y allí confirmó que, efectivamente, se comprometía a mantener los trasvases. Sin problemas, oiga. En vista del panorama, somos muchos los que nos preguntamos cómo habrá evolucionado el pensamiento hidrológico de Mr. Ray-Ban, ahora que puede trotar por los jardines de Moncloa antes de enfrentarse a su intensa jornada de trabajo. Pero si nos atenemos a las pistas que ofrece su Ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, podemos adivinar un nuevo cambio de opinión.  En una entrevista en El País, y preguntada por la caducidad de los trasvases, la miembro -con perdón- del Ejecutivo de la Dignidad aseguró que los trasvases no deben ser considerados como algo normal o como la regla todos los meses. ¿Con qué nos quedamos? ¿Ahora sí, ahora no, ahora ya veremos? Menos mal que hemos dejado de tener un gobierno aburrido y previsible para disfrutar de un Gabinete marchoso que fluye como el famoso río de Heráclito, en el que puedes bañarte todas las veces que quieras sin repetir aguas, ni río, ni nada. La regeneración era esto.