En el PP, todavía no ha ganado la Presidencia Soraya Sáenz de Santamaría porque, en la práctica, la elección hecha por la militancia carece de valor efectivo: es, sólo, el pase a la final, el Congreso, en el que elige un tribunal de mayor capacidad: los compromisarios, en absoluto obligados a respetar la decisión de los militantes, Me parece de todo menos democrático.
Las primarias puras –las del PSOE, por ejemplo- suponen otorgar a los afiliados el derecho exclusivo a elegir a sus cargos directivos, incluidos los candidatos a la Presidencia del Gobierno, en su caso. Por el contrario, las del PP han sido primarias con segundas, es decir, un paripé orientado –si todo se hubiese desarrollado normalmente- a que los compromisarios, en el Congreso de dentro de doce días, hubiesen elegido en olor de multitud a Núñez Feijó, en el caso de que hubiese pasado algún otro candidato. Pedro Manuel de la Cruz escribía con sutileza el domingo pasado: “El PP tiene el pecado original de ser un partido piramidal y jerarquizado y estas dos circunstancias, tan cesaristas, se convierten en desamparo cuando el César desaparece de la escena y es la dirigencia la que se ve obligada a elegir sin tutelas.” Y, claro, es habitual que los compromisarios tengan compromisos con la dirigencia, pues la mayoría de los electos -2.612- y todos los natos, son cargos orgánicos o institucionales.
He leído con atención el Reglamento para el XIX Congreso, Extraordinario, del PP, y me ha parecido observar contradicciones de peso. Así, por ejemplo, el artículo 10 dispone que “todos los afiliados del Partido Popular tienen derecho a elegir al Presidente Nacional por sufragio universal libre, igual y secreto”, pero el artículo 11 dice: “La elección del Presidente Nacional se llevará a cabo en el Congreso del Partido mediante compromisarios...” a quienes, según el artículo 3, corresponde también “elegir a quien haya de presidir el Partido, a los 35 vocales del Comité Ejecutivo y a los 30 vocales de la Junta Directiva Nacional”
Por abreviar, resulta, así, que a la militancia en verdad sólo le corresponde elegir a los precandidatos, que es lo que ocurrió el jueves, porque para que fuesen exclusivamente las bases quienes hubiesen elegido –y no el voto de calidad de los compromisarios- exige el artículo 11 i) del Reglamento del Congreso que alguno de los precandidatos supere el 50% de los votos y en 15 puntos al resto de los mismos, y se haya impuesto en la mitad de las 60 circunscripciones.
¡Imposible lograr esa mayoría estatutaria!
Oí el jueves por la noche a la ganadora decir que ella había sido la lista más votada. ¡Pero si no había listas, eran candidaturas unipersonales! Y, en función de ello, que Pablo Casado debía evitar una segunda vuelta integrándose en la lista ganadora. ¡Pero si tampoco hay segunda vuelta: es el Congreso de los compromisarios que pueden desautorizar a las bases! ¿Se imagina la rebelión de éstas, desautorizadas, la que puede armarse en el Partido?
Porque –no soy adivino- el Congreso puede no ser en absoluto pacífico: Pablo Casado –contradiciendo afirmaciones anteriores- ha dicho que hay que cumplir las normas y llegar hasta el final, porque –piensa- los compromisarios de las candidaturas derrotadas pueden pasarse a él con armas y bagajes –de hecho, lo insinuó más que claramente María Dolores de Cospedal-, dada le enemistad existente entre las dos mujeres que han contendido, y que los compromisarios no están sujetos a mandato imperativo, es decir, que su voto es libre y secreto. Ya hace quince días escribí que “las primarias primerizas tienen estas cosas. Y van a dejar heridas incurables.”
Y, si hubiera integración y lista única, lo del jueves, con el voto de la militancia, ¿qué fue: un teatrillo, un paripé?
Yo, de haber sido militante del PP, no habría votado a ninguno de los candidatos: la mía, hubiese sido Ana Pastor, a la que siempre he considerado la más valiosa de los líderes del PP, una persona rigurosa, no dada a los sectarismos, integradora –bien vista incluso por sus adversarios- y eficaz. ¿Por qué en un momento tan crucial no ha dado el paso al frente? Supongo que sólo ella –y tal vez Rajoy- lo sabe.
Y sólo dos cosas más, a título de frivolités: también hace quince días, escribí: “es patético ver liderando una de ellas al hoy anciano José M. García Margallo, que ya intrigaba en UCD en el grupo de los destructivos y conspiradores jóvenes turcos. ¡Coño, que han pasado cuarenta años!”. Ha obtenido 680 votos, el 1’17%. ¡Son ganas!
La segunda: es curioso constatar cómo Almería vota siempre lo contrario que Andalucía: aquí, ha ganado Cospedal; allí, en Andalucía, Sáenz de Santamaría.
Quien a hierro mata... En un ataque de cuernos, Luis Rubiales, Presidente de la Federación Española de Fútbol, mató con Hierro al seleccionador nacional, Lopetegui, dos días antes del inicio del Campeonato mundial, pese a la oposición de los jugadores y del propio Hierro. El resultado era previsible: España, sin el hombre que durante dos años ha armado el equipo y disputado veinte partidos sin perder, ha jugado cada día peor –a lo ancho y no a lo largo, como pollos sin cabeza- y ha sido eliminada.
¡Qué razón tienen los refranes!
También en Méjico: Durante casi un siglo -90 años- en Méjico se han disputado –es un decir- la Presidencia del País dos Partidos clásicos y herméticos: el PRI y el PAN. ¡Pues también los mejicanos se han hartado del sistema y votado, con mayoría absoluta, al populista López Obrador! ¡El populismo es como una mancha de aceite que se expande del uno al otro confín! Lo regímenes bolivarianos lo han acogido como al santo patrón, pero él ya se ha desmarcado y moderado.¡Quiero tanto a Méjico! Ojalá que le vaya bonito.
La buena sombra: El verano está siendo inusualmente fresquito, pero un mal día empezarán a achicharrarnos el sol y el Levante, y nos resultará imposible protegernos de ellos, porque Almería es una ciudad placicida y arboricida. ¿Por qué el Ayuntamiento –como muchos de España- no entolda las calles como hará cuando llegue la Feria del Mediodía, con sus migas, sus sardinas, sus fritangas…? Si lo hará entonces, ¿por qué no lo hace antes, ya, para todo el verano, para que andar por Almería sea un placer y no un suplicio?
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