Al presidente de la comunidad de Cataluña, que dice deplorar la judicialización de la política, le falta tiempo para judicializar (querella va, querella viene) lo que otros políticos opinan de él, pero como no dispone, como tal vez quisiera, de un aparato judicial propio, no le hace ascos al que rige en España, al del enemigo según su pintoresco entender.
Se ignora en detalle, aunque se irá sabiendo, qué se ha dicho o acordado, avanzado o retrocedido, en la reunión que hoy han mantenido en La Moncloa el presidente del gobierno de la nación y el presidente regional, pero uno no quisiera haber estado en el pellejo de Sánchez: si ya es difícil entenderse con alguien, mucho más debe serlo con alguien que no se entiende a sí mismo. Se sabe, sí, que en dicha reunión no se buscaba otro resultado inicial que el de la propia reunión, esto es, un poco de necesaria distensión y de normalidad institucional, pero también se sabe que se buscaba a través de un interlocutor complejo, casi ininteligible, que se arroga la representación del pueblo catalán cuando se jacta de no representar ni a la mitad de él, y que actúa al dictado, según se desprende de sus idas y venidas a la corte berlinesa de Puigdemont y de su propio nombramiento, del fugado de la Justicia.
Se irán conociendo los resultados de la reunión, pero lo que ya se conoce es que a la querella que el señor Torra interpuso hace poco contra Alfonso Guerra por juzgar como delito de opinión lo que el político andaluz opina de él, ha sumado recientemente otra contra José Bono por el mismo motivo. A uno y otro, pero no sólo a uno y a otro, sino a unos cuantos millones de españoles a los que Quim Torra tildó de expoliadores, sinvergüenzas o bestias carroñeras en sus tuits y en sus articulillos, también les parecen un poco nazis semejantes aseveraciones. Hasta en el conservador diario ‘Le Figaro’ se emparentaron las ideas de Torra, por llamarlas de algún modo, con las que gozaron de trágico predicamento en el régimen de Mussolini.
Eso de intimidar a la gente con querellas judiciales por expresar sus opiniones para evitar que otros las expresen tiene un nombre, y no sé si el señor Torra podrá convencer a algún juez de que no lo tiene, y muy parecido, encima, en castellano y en catalán.
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