Bien es sabido que la exigua proporción de escaños propios hace de nuestro actual Gobierno no sólo el más débil de nuestra historia reciente, sino también el más exigido por la necesidad de devolver en forma de favores y concesiones la singular amalgama de apoyos recibidos para deponer al anterior presidente Rajoy. En ese escenario de gestión improbable, al Ejecutivo no le queda más salida que la ampulosidad de los gestos y el brillo de la pirotecnia escénica. Y ahora, después de algunas sonrojantes demostraciones de lo que culto al líder puede seguir dando de sí en pleno S.XXI, parece que ha llegado el momento de cambiar el posado fotográfico por el discurso japi-forever que tanto chifla a los que creen vivir rodeados de menguados y de menguadas. Sólo así se entiende el mensaje lanzado por la vicepresidenta Carmen Calvo, que aprovechó los fastos del llamado Día del Orgullo (celebrado, por cierto, haciendo el alarde de intolerancia de excluir de la invitación al Partido Popular, por las mismas razones que en tiempos más casposos se excluía a los homosexuales de los cargos y escalafones) para explicar la labor de este sedicente Gobierno de la Dignidad en el advenimiento del color frente al blanco y negro y la luz y la alegría frente a la pesadumbre y la tristeza del anterior ejecutivo. Tal cual. “En apenas un mes hemos enviado luz y esperanza a Europa y de Europa al mundo”, decía en un tuit la que, cuando fue Ministra de Cultura confundió una párvula locución latina con los ratones Pixie y Dixie. Es cierto que se han conocido casos de gobierno en países del tercer mundo que han establecido estrechas vinculaciones con la santería y el vudú como medio de conectar con el pueblo, pero creo que estamos ante el primer gobierno occidental que atribuye a su gestión las propiedades psicotrópicas de los estupefacientes para alterar el sistema nervioso de los ciudadanos. Y lo mismo es verdad, porque esto empieza a parecerse más a un colocón que a un gobierno.
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