Aquellos que bien le conocen no dudan en destacar de Mariano Rajoy la administración de los tiempos como una de sus mejores virtudes en el ejercicio de su peculiar política. Y, en efecto, fue marcharse Rajoy y los tiempos políticos ya no los administra el Partido Popular. El PP está ahora imbuido, absorto y beligerante en “sus cosas”, dejando la faena de gobierno a la agenda de la revancha formulada por una radicalidad que se afana en el festival de la venganza guerracivilista, reapertura de las brechas ideológicas y manantial de ocurrencias que rearmen un nuevo Frente Popular alentado con similares argumentos que condujeron al fratricidio.
El nuevo “gobierno de la gente” y la solución de los problemas más perentorios de los más desfavorecidos ha quedado en una suerte de medidas que -como en las dictaduras de manual- no alimentan, pero entretienen. Pan y circo; futbol y toros; agitación y propaganda… y, ahora, ocurrencias y revancha.
Quitar la asignatura de Religión, eliminar la concertada, sacar a Franco de la tumba, reabrir las cunetas, sancionar los piropos, demonizar el diésel, subir impuestos a la banca, ilegalizar la Fundación Franco… y exigir el previo asentimiento e inequívoca conformidad en las relaciones sexuales son, entre otras, las medidas que estaba esperando el pueblo para una sociedad más próspera, justa y progresista. A partir de ahora, seguro que van a subir los sueldos, descenderá el paro, se facilitarán los créditos, bajarán los precios de la cesta de la compra y mejorará la enseñanza, la sanidad, la defensa… Todo va a observar una sustancial mejoría gracias a la Comisión de la Verdad, Memoria Histórica, Educación para la Ciudadanía y Alianza de Civilizaciones.
Los regímenes políticos carentes de soluciones civilizadas y eficaces siempre han recurrido a acechantes enemigos externos para justificar su propia inutilidad. Franco hizo de la conspiración y el contubernio una constante para mantenerse como mal menor ante inexistentes amenazas mayores. Curiosamente, ahora es Franco otra vez el argumento para emprender una cruzada para cerrar -dicen- las heridas históricas que, mucho me temo, jamás seremos capaces de restañar por esta senda. Ni Franco ni el Valle delos Caídos supone amenaza alguna para la democracia. Cuatro nostálgicos acartonados y algunos descerebrados cachorros no es un contingente que justifique esta movilización de traslados, exhumaciones y nuevas y aberrantes versiones de la historia. La verdadera amenaza reside en un poder detentado con iniciativas inquietantes para la sostenibilidad de los principios democráticos insertos en nuestra Carta Magna.
Aquí lo que de verdad está amenazada es la integridad e identidad de España. Está amenazada la Corona y la Monarquía Parlamentaria. Está amenazada la preservación de la cultura occidental. Está amenazada la fe católica. Está amenazada la lengua española. Está amenazada la propiedad y seguridad privada. Está amenazada la economía. Está amenazada la reconciliación. En fin.
Bastan pocos minutos de análisis para entender que los pasos iniciados por el gobierno socialcomunista de Pedro y Pablo nos conducen a abrir mayores distancias entre los territorios (concesiones a Cataluña, País Vasco, etc.), así como una sociedad enojada consigo misma por las fracturas ideológicas y el engañoso favoritismo que se esconde en las “políticas sociales”. No hay mayor aliento para que prospere la pobreza que emprender la carrera por ser los campeones en políticas sociales. Perseverar indefinidamente en las ayudas, subvenciones, bonos sociales… está bien para evitar las puntuales situaciones de emergencia social, pero no se pueden convertir en modelos sistémicos prolongados que producen una dependencia en condiciones de precariedad y sin expectativas para la inserción en el mercado laboral. No obstante, el providencialismo practicado por gobiernos totalitarios consiguió y aún consigue sojuzgar desde el modelo social comunista: administración de la miseria. El gobierno que te da un mendrugo de por vida no es generoso y solidario; te condena de por vida a la miseria y te sujeta con tu voto a su providencialismo.
El argumento “¡cuándo lleguen los nuestros…!” es la mayor mezquindad militante. La sociedad sometida al bucle de la revancha reformista por el sectarismo irredento está condenada al fracaso, y será cualquier cosa menos progresista. Los únicos que “progresarán” serán los conmilitones que hayan acertado en los apoyos, haciéndose acreedores de las prebendas personales. El verdadero progresismo es avanzar desde posiciones racionales, beneficiosas y productivas para la inmensa mayoría que ya no estamos por vengar pretéritas batallas perdidas por unos y ganadas por otros cuyo infortunio fue estar en el lugar inadecuado en el momento más inoportuno; pero ahora, este circunstancia involuntaria para las verdaderas víctimas la convertimos en rescate de la “dignidad”. Y cuando se acabe el momio franquista siempre quedará opción para hurgar en el Descubrimiento, don Pelayo y Viriato. Por recursos, que no quede.
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