Hoy acaba el Campeonato mundial de fútbol, reducido a una Copa de la Europa mediterránea por la eliminación de las selecciones de todos los demás continentes.
He visto muy pocos partidos –ninguno entero- porque a la hora en que los retransmitían Alejandro, mi nieto, de un año, tenía otras aficiones, y él manda, claro. Y, además, porque hace muchos años que el fútbol dejó de interesarme.
Empecé a ir en Berja, cuando tendría cuatro o cinco añillos, al campo del Paseo del Siglo, en el que Gabriel El Panimagra, con un pañuelo blanco anudado en la frente, se partía el alma –y partía lo que fuera menester al grito de “¡juego obrero!”- y, si el resultado no era el deseado, era tradición tirar al árbitro a la balsa –“la barza”- que había a un lado del campo.
La pasión chillaora de mi madre se hizo célebre. Llegó a Berja, recién casada, con sólo diecinueve años, y era alegre como unas castañuelas. Mi padre, también muy divertido, sin embargo debía mantener un poco el tipo: era el Notario y eso exigía un comportamiento ejemplar, por lo demás, consustancial con él. Por ello, se compinchaban –“Conchi, grita tú, que yo no puedo”- y, claro, la joven Conchi chillaba y, a veces, lo ponía en un compromiso, pues era de las que más gritaban que tiraran a árbitro a la barza. ¡Incluso pidió que tiraran a don Gabriel González, nuestro médico que, en los ratos que le dejaba libre la Medicina, hacía de árbitro por afición!
Cuando se inauguró el campo nuevo, nos sentíamos casi dioses los días que íbamos en bicicleta con nuestro amigo - ¡qué orgullo!- Joaquín “El Moyuno”, que jugaba en 1ª División, y nos poníamos linimento Sloan para calentar y él jugaba con nosotros y, en vez de desesperarse por lo endemoniadamente mal que lo hacíamos, nos decía –oigo ahora su voz- “asístele, asístele...”
Luego, pasaba más tiempo en Almería que en Berja, pues me vine a estudiar en La Salle. Y, claro, iba al Estado de la Falange a ver al Atlético Almería. Recuerdo el estupor, como algo mágico, de ver a los futbolistas salir al campo desde debajo de la tierra, y es que los vestuarios eran subterráneos. Y me apasionaba Gascón, Puche, Sosa, Felices, Luisín, Echarri, Lemus, Loli, Luisito, Liz, Quintín, León, Pepe y Juan Jiménez… ¡Aquellos eran ídolos, mitos de verdad!
Como lo fueron, luego, los jugadores, almerienses, del Plus Ultra y del Hispania, que sustituyeron a aquel desaparecido Atlético Almería: Goros, Joaqui, Rojas, Maxi, Paquitico...
Y, años después, el Almería de Magureguí, que consiguió el ascenso a Primera División, en la que se mantuvo dos temporadas a base de casta, ese valor tan infrecuente –inexistente, diría- hoy.
Y cuando estudiaba Derecho en Madrid alternaba el Metropolitano y el Bernabéu: Rivilla, Griffa, Calleja, Peiró, Collar, Di Sefano, Puskas, Gento, Del Sol…, con partidos que acababan 9-0, 6-1, 7-3...
Y, claro, el España-Rusia con el gol de Marcelino al mítico Yashin, “la araña negra”, que aguanté bajo un chaparón de la virgen de la cueva, y supuso la primera Copa de Europa ganada por España, en 1964.
¡Claro me aficioné mal! Como en Los Toros, con Antonio Bienvenida, Curro Romero, Antonio Ordóñez, Luis Miguel, El Viti, Paco Camino, Diego Puerta...
El pasado es como una cicatriz en el ánimo.
Y llegó mi catástrofe: el partido Uruguay-España en el Campeonato Mundial de Italia de 1990, con la España de la Quinta del Buitre... Peor que ese partido sólo he visto el España-Rusia de hace unos días.
Tenía yo la fortuna de que, en aquella época, el seleccionador nacional, Luis Suárez, era cliente mío, pues tenía negocios en Aguamarga. Nos veíamos con frecuencia, cenábamos a veces, me contaba secretillos y, pese a su carácter reservado, no era especialmente pesimista, aunque su liderazgo, ya en Italia, duró lo que tardó en imponerse el de Míchel. Dimitió, claro. Y de Guatemala pasamos a Guatepeor: lo sustituyó Javier Clemente, con su fútbol miserable y escuálido, y me hizo casi odiarlo, porque el fútbol, como el toreo, como la vida, ha de ser grandeza.
Sólo me rescató Unay Emery cuando entrenó a aquél Almería de Bruno, Melo, Corona, Soriano, Crusat: ¡al fin, un equipo!, con carácter, frescura, descaro, alegría… Hacía buena la “Oda al hombre sencillo” de Neruda: “Ganaremos nosotros, / los más sencillos,/ ganaremos; / aunque tú no lo creas,/ ganaremos.” Y ganaba.
El fútbol de hoy, aunque le pongan una inyección de furia, es muy difícil, ya, que pueda llegar a interesarme: ¡si hasta la supercopa de España se juega en Marruecos! ¿Patria, fútbol, mercado? Envejecer es ir despojándose de cosas que hicieron feliz en el pasado.
Pero tuve la suerte de vivirlas.
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