Siguiendo una ley no escrita, la generación de los 40 vuelve a hacerse con el poder en España. Cuarenta y seis años tiene Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. 39 Pablo Iglesias, el líder de Podemos y 38 Albert Rivera, presidente de Ciudadanos. La elección de Pablo Casado (37 años) como presidente del PP completa el cuadro. Cuarenta años tenía Felipe González cuando el PSOE alcanzó su apoteósica victoria (202 diputados) en 1982 y 43 tenía José María Aznar cuando en 1996 llegó a la Presidencia del Gobierno.
Es la verdadera edad de oro. De no cruzarse la enfermedad es la mitad del camino en la vida de un ser humano. Edad suficiente como para haber adquirido ciencia y experiencia manteniendo todavía el rescoldo de audacia que es atributo de la juventud. Audaz fue Pedro Sánchez valorando la oportunidad que le brindaba la moción de censura tejida por Pablo Iglesias con el concurso de Marta Pascal (Pde Cat) y los mensajeros del PNV para tumbar a Mariano Rajoy. Audaz fue, también en su día, Iglesias al convertir la marea del 15M en el sólido edificio parlamentario actual de Podemos. Y, qué decir, de la tarea hercúlea, tarea de audaces, desarrollada por Albert Rivera e Inés Arrimadas (37 años) convirtiendo, contra todo pronóstico, a Ciudadanos en el primer partido de Cataluña. Y más que audaz, en fin, fue la apuesta de Pablo Casado, atreviéndose a presentarse como candidato a presidir el Partido Popular en abiertas condiciones de inferioridad frente a una Soraya Sáenz de Santamaría que venía de estar al frente de la vicepresidencia del Gobierno y contaba con el apoyo implícito de Mariano Rajoy y el explícito de algunos de los medios de comunicación más poderosos del país.
Quienes frisan los cuarenta o los han cumplido mantienen un vigor que aplicado a la política les puede llevar a cometer errores, pero también a aprender de ellos y seguir. Seguir sin perder el entusiasmo, como recomendaba Winston Churchill. Tengo para mí que es una suerte para España tener una generación de políticos que atraviesan por esa franja de edad porque, salvo precocidad no advertida en los cuatro primeros citados, ninguno parece haberse instalado en el cinismo. Y, de momento, tampoco en la "hybris", el reino de la desmesura y la soberbia. Naturalmente a todos ellos les anima el deseo o impulso de distinguirse. Impulso que según el decir de Jean Jacques Rousseau es responsable de lo mejor y lo peor que hay en el ser humano. Por eso han elegido la política, para estar permanentemente en el escaparate. Es pecado venial.
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