A las pocas horas de que el ministro de Interior declarara que, en el sur de España, toda la situación de la invasión de emigrantes estaba bajo control, y todo era normal, el propio ministerio firmaba una resolución "por la que se declara de "EMERGENCIA" la tramitación de diversos expedientes de contratación para atender las necesidades de alojamiento, manutención, limpiezas y otras producida ante la llegada inesperada y masiva de embarcaciones con inmigrantes....".
Lo de "inesperada" debe ser debido a métodos lentos de verificación empírica, porque llevamos varios días en los que aparecen 300 peregrinos del continente africano, cada 24 horas, excepto cuando son 600, y asaltan las vallas de Ceuta, torciéndoles el brazo a los guardias civiles, gente brava, pero que saben que si les rompen una uña a los delincuentes que les arrojan cal viva, pueden ser sometidos a una investigación por parte de las ONG, que necesitarán que asesinen impunemente a un guardia civil para que muestren algún tipo de preocupación.Pocas horas después de que la portavoz del Gobierno nos tranquilizara informando que las cosas con Cataluña se van encarrilando también hacia la normalidad, un prófugo de la Justicia de España, El Prófugo por antonomasia, chantajeaba en público al presidente del Gobierno de España, y le amenazaba, porque si en septiembre no volvía con los papeles de la autodeterminación de Cataluña hechos y firmados, le iba a derrocar con la misma facilidad con la que le ayudó a sentarse a presidir el Consejo de Ministros.
Todo esto, naturalmente, dentro de la normalidad, que viene a ser una especie de emergencia, pero tan continuada y repetida, que ya comienza a no tener nada de extraordinaria. En aras de esa normalidad, el conflicto de los taxis, que amenaza nuestra principal industria, el turismo, no se abordó hasta que no pasó el fin de semana, porque, claro, ponerse a trabajar un sábado en un ministerio sería algo así como reconocer que tenemos una emergencia. Pero no. Es la normalidad.
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