La inmigración ilegal ha conseguido en tiempo record colocar al novísimo presidente del Partido Popular en la apestosa fosa del racismo y la xenofobia. Extraordinario prólogo para el deseable pacto de Estado que habría de conducir hacia la mejor solución fruto del consenso y colaboración institucional.
Todo aquello que altere, perturbe, amenace y disturbe la normalidad legal fue, es y será un gran problema, que redoblará sus efectos perniciosos cuanto más tiempo se deje sedimentar y mayor división/debilidad muestren los responsables de mantener esa legalidad y normalización en la defensa y preservación de la soberanía territorial en los ámbitos social, cultural, laboral y de seguridad.
Pablo Casado acaba de granjearse el recurrente calificativo de “racista y xenófobo” por una obviedad que aceptaría cualquier análisis racional exento de sectarismo. Decir que no hay “papeles” para todos es tan evidente como decir que a todos los españoles de golpe no nos va tocar mañana la Primitiva. También Juncker acaba de volverse loco asegurando que los fondos para la inmigración ilegal son limitados: otro “racista xenófobo”, a la talega. En fin, que los únicos sensatos van a ser los populistas defensores de una Jauja inagotable en capacidad para acogimientos y subvenciones. Todo tiene un límite, salvo la demagogia populista.
La demagogia y el populismo aplicados a escenarios humanitarios es cualquier cosa menos solidaria y progresista. La verdadera solidaridad se muestra sin alardes y propaganda (“No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha”. San Mateo 6:3). No olviden que cada gesto en política populista se calcula para obtener un inmediato eco mediático y rédito electoral y, de paso, retratar a la oposición en posiciones contrarias al pánfilo buenismo. El problema es que los efectos de esa demagogia llegarán, y será el momento de buscar las excusas y el desvío de responsabilidades, pero con la sociedad perjudicada y encabronada: lo de siempre.
Una cualidad de la permeabilidad social ante estos asuntos es la ucronía (recreación de un supuesto que jamás se produjo) que se adorna con el siguiente aserto: “Yo, si estuviese en las mismas circunstancias, haría lo mismo”.
Ciertamente, ante un caso extremo nunca se sabe cómo podríamos reaccionar. Lo que sí se ha demostrado es cómo reaccionan, y hasta dónde están dispuestas algunas personas para conseguir sus objetivos. Me pregunto si alguno de nosotros estaría dispuesto a entrar en un país ajeno, por ejemplo: Marruecos, Arabia Saudí, Emiratos, Israel, USA… y que entremos un tropel por la fuerza, utilizando medios de transporte ilegal y haciendo frente violento ante los agentes de seguridad que, como es su deber, han de impedir el acceso irregular, especialmente, cuando se utilizan medios delincuenciales.
Me pregunto si alguno de nosotros, seducido por el discurso de orates populistas (“Aplaudo a esos valientes que han saltado la valla…”), estaría contento de tener como yerno o dispuesto a conceder un puesto de responsabilidad a alguien que acaba de llegar a tu país después de haber conseguido quemar la cara a un guardia civil con un lanzallamas casero o abrasarle con cal viva y lanzarle bolas de mierda al agente de la ¿autoridad? que intente detenerle violando una frontera con cizallas y otros instrumentos de escalo y derribo. Seguro que habrá quien justifique la violencia y la delincuencia como argumento solidario o ideológico; cada uno es libre para establecer sus preferencias, pero ésta no puede ser la posición de un gobierno que ha de establecer cierto rigor y mesura en la toma de decisiones que pudiesen conducir a indeseables situaciones de difícil reversión. Indudablemente, el Gobierno de España ha lanzado inequívocos signos con efecto llamada: recibimiento del “Acuarius”, eliminación de concertinas, sanidad universal gratuita, ayudas económicas… todo eso está bien en un escenario de cobertura humanitaria civilizado, regulado y legal; pero jamás en un escenario de avalancha descontrolada, violenta, agresiva y delincuencial; esto jamás es plausible en países acostumbrados a largos periodos de seguridad jurídica, respeto por las leyes y normas de convivencia.
Evidentemente, el gobierno de Sánchez y las impresentables intervenciones de su secretaria de Estado de Migraciones son parte importante de un problema presente y latente que avizora oportunidades en permisivos e hipócritas gobiernos populistas pendientes del último que llega… aunque llegue dando hostias a la Policía y Guardia Civil.
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