Ciudadanos es el impulsor del tiempo político que se ha iniciado tras la caída de Mariano Rajoy. Ésa es la acusación que el PP le hace, esa es la percepción que tenemos todos y eso es lo que Ciudadanos se niega a reconocer. Y lo niega porque, a la vista de los resultados, se han dado cuenta de que se pasaron frenada.
Durante casi todo el primer semestre de este año Ciudadanos ha disfrutado de una vida placentera. Con un PP acorralado política y judicialmente, con un PSOE estancado y desnortado y con un Podemos entretenido en las cuitas internas y en las incoherencias de sus líderes –por cierto, inteligente papel el de Teresa Rodríguez, marcando territorio-, Ciudadanos se percibía como el único partido con un proyecto claro de país, con una definida lucha contra la corrupción y con un mensaje transparente que utilizaba de igual forma en el norte y el sur. Todas las encuestas ratificaban esa situación: las del CIS –que ahora no le gustan- y la de todos los institutos de opinión (Metrocopia, NC Report, Celeste-Tel, Sigma Dos, GAD-3… todas).
La reacción a la sentencia de la Gürtel fue el primer error de bulto de Ciudadanos en mucho tiempo, y posiblemente el error que le haya hecho perder un paso histórico en su corta vida. Los casos de corrupción del Partido Popular no se conocieron el día de la sentencia de la Gürtel. La sentencia fue la ratificación judicial de lo que todo el mundo conocía. La respuesta a la misma de Rivera fue desmedida y carente de estrategia. Rajoy no puede estar ni un minuto más en La Moncloa, vino a decir. Justamente lo que estaba deseando oír Pedro Sánchez, que, en una jugada maestra, no se encomendó ni a sus diputados ni a su Ejecutiva ni a su Comité Federal y se presentó en el Congreso de los Diputados con una moción de censura. “¿Ni un minuto más dices, Albert? Pues ahí tienes la oportunidad”.
Y Albert se quedó noqueado. No era esto, no era esto…, pensaba. Su estrategia pasaba por seguir desgastando al PP, no por derribarlo. Y lo estaba consiguiendo. Concejales y alcaldes ‘populares’ tocaban a su puerta por decenas. Los electores conservadores huían hacia sus filas. Si la situación la hubiera mantenido un año más, hubiera hecho con el PP lo que éste hizo con UCD: engullirlo. Pero se equivocó. Y equivocado sigue. Ciudadanos se ha quedado sin discurso propio. El que emplea parece añejo: “los viejos partidos…”, “a Cataluña, ni agua”... Ciudadanos ha unido su destino parlamentario al del Partido Popular. Hasta Albert Rivera y Pablo Casado parecen hermanos gemelos. En lo físico y en lo mental.
Hace solo unos meses la apreciación ante Ciudadanos era que estábamos ante el nuevo proyecto político del centro-derecha español. Hoy hay dudas. Porque Ciudadanos y PP han hecho una piña. Senda de gasto, RTVE, problema de la inmigración… ni un solo matiz diferencia un partido de otro. A Ciudadanos, este estado de confusión no le interesa. Su ‘glamour’ era su capacidad para pactar con el PSOE en Andalucía y con el PP en Madrid, para rubricar con Sánchez un acuerdo de Gobierno y con Rajoy, otro. Rivera necesita como el comer elaborarse una hoja de ruta propia, diferente del PP. La tenía, pero se desvió del camino. Ahora no es el momento de pedir nuevas elecciones. Es el momento de pulsar el botón de ‘recalculando ruta’ y ver cómo evolucionan ciertos asuntos –máster, Cataluña, los presuntos nuevos casos de corrupción en Castilla y León…- para ver si puede encontrar aquel camino que tan torpemente perdió.
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