El próximo 31 de agosto se cumplirán 21 años de la muerte de Lady Di. Una fecha de tristes recuerdos para sus hijos que han tenido que enfrentarse durante todos estos años a situaciones complicadas: la más difícil para cualquier niño al no recibir los besos y abrazos de su madre al despertarse cada mañana, porque si algo no se le puede negar a la princesa del pueblo es el inmenso amor que sentía por sus hijos, Guillermo y Enrique.
Una fecha que no sé si consciente o inconscientemente ha elegido el Príncipe Enrique para hablar de un tema tabú, la relación de su padre con Camila Parker Bowles, que hasta ahora nadie en la familia se había atrevido a abordar, lo que da fe de lo mucho que están cambiando las cosas dentro de la familia Windsor.
Enrique ha querido zanjar las habladurías sobre el papel que ha desempeñado Camila en su vida con estas palabras: “Camila no es una madrastra malvada. Es una mujer maravillosa, que ha hecho feliz, muy feliz a nuestro padre que es lo importante. Mi hermano y yo la queremos mucho”. Elogios que no han pasado desapercibidos para nadie y que aparecen en un libro que sobre el príncipe rebelde ha escrito la periodista Ángela Levin, y en el que se desnuda emocionalmente, dando respuesta así a muchas preguntas sobre este y otros aspectos de su vida y de la de su hermano Guillermo, antes y después de la muerte de su madre.
Que esto suceda precisamente ahora, cuando ambos están felizmente casados, significa que por fin son capaces de enfrentarse a los demonios de una familia en la que la mayoría de sus miembros han sido educados a la antigua usanza: a no exteriorizar sus sentimientos, ni en público ni en privado. Una tradición que les impidió que pudieran expresar el dolor, la rabia, la añoranza y el vacío que les dejó la ausencia de Diana, hasta que pasados los años, estando ya casado Guillermo, este confesó que tuvieron que someterse a terapia durante largo tiempo para superar su pérdida. La entrevista que realizó para la BBC les ayudó a echar fuera todos los demonios y a reivindicar la figura de Diana sin complejos y sin tapujos. Prueba de ello es que a la confesión de Guillermo le siguió otra de Enrique, el más rebelde de los dos, el más parecido a su madre, quien contó lo mucho que había sufrido al perderla, los miedos que sintió al constatar que nunca más jugaría o reiría con ella, de ahí muchas de las locuras que cometió hasta el punto de que algunos le dieron por perdido para la causa. No ha sido así, la llegada de Meghan a su vida, como la de Kate a la de Guillermo, ha llenado todos esos huecos emocionales que quedaron vacíos un 31 de agosto de 1997, en el Puente del Alma de París.
Nadie duda de que hasta llegar aquí su vida ha sido un calvario, revestido eso sí de oropeles, de lujosos coches, de todo lo que dos muchachos pueden soñar en la vida, solo que a ellos les faltaba lo fundamental, el amor de su madre, lo que en modo alguno quiere decir que su abuela la Reina Isabel no les diera cariño a su manera, sin implicarse demasiado, no fueran a pensar que era una mujer débil que se dejaba llevar por los sentimientos. Algo que no se permitió ni siquiera con sus propios hijos, a quienes dejó como tantas otras mujeres de su época y condición social, en mano de las nanis, de los profesores, de los empleados de palacio. Baste recordar su frío comportamiento cuando le anunciaron que Diana había muerto a consecuencia de un accidente de coche en París. No se le movió un músculo de la cara, hasta que Tony Blair, consciente de la mala imagen que estaba dando la Reina, fue a visitarla para decirle que tenía que hacer algún gesto que la reconciliara con los miles de personas que se apostaban en los alrededores de Kensington, donde vivió Diana hasta su muerte.
Nunca hasta ese momento la imagen de la monarquía británica había caído tanto, lo que obligó al gobierno y a los propios servicios de comunicación de palacio a tomar medidas que nunca antes se habían tomado: se contrató un servicio de comunicación externo que tenía un único objetivo: cambiar la imagen de la monarquía, adaptarla a los tiempos modernos, acercarla a los problemas de la gente. El experimento dio sus frutos: después, vendría la discreta boda de Carlos y Camila, el ensalzamiento de Guillermo como sucesor a su padre o a su abuela, que eso todavía está por ver, aunque soy de las que opina que Carlos accederá al trono, aunque sea para abdicar a favor de su hijo Guillermo poco después. Un puro trámite porque, para los británicos, Guillermo es ya de facto el heredero al trono. Su padre lo sabe y él también, de ahí que su vida gire en torno a su familia y a las obligaciones que conlleva ser el futuro Rey de Inglaterra.
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