Tras varios meses derrapando en la rutina, en este periodo vacacional parece que de pronto el mundo se detiene, se frena y ralentiza nuestros pensamientos. Tal ejercicio, el de pensar, en ocasiones nos lleva a descubrir numerosos aspectos de nuestra personalidad. Apreciamos los materiales que han conformado nuestra arquitectura humana, nos detenemos a valorar las cosas que nos rodean y que han ordenado la vida de cada cual, que, por otra parte, son las que albergaron nuestra existencia. Tal vez, esta es la razón por la cual nos inclinamos a conservar enseres, objetos, útiles y las más peregrinas cosas con capacidad de transformarse en un recuerdo que representan el deseo de atender la vida con amor.
Los objetos de uso y las pertenencias que han trazado la senda de nuestras vidas suelen pasar inadvertidos, cuando por el contrario muchos de ellos han contribuido de manera determinante a ser lo que somos. Este argumento nos induce a repasar tan valioso inventario, a palpar su contenido y a recuperar su auténtico valor. Es lo que acontece en la historia real que a modo de cuento conté anteanoche bajo el titulo de “El saxofón con nombre de mujer”, durante la presentación del disco “En la Villa”, de “Jota” –José Juan Zaragoza-, un joven pulpileño y orialeño de adopción, que gracias a uno de esos objetos de su inventario personal – un saxo- ha visto cumplido su sueño.
“Érase una vez –comienza la historia- un saxofón que no tenía nombre. Un buen día acudió a la Casa de la Música, en una hermosa ciudad bañada por el mar Mediterráneo, una emprendedora y hábil peluquera, María, conocida por todos sus vecinos como “Maruchi”. La mujer, joven y amante de la música, preguntó al saxofón que si quería ser su compañero. El saxofón asintió y su nueva compañera se marchó ilusionada con el metálico instrumento bajo el brazo. Con él se integró en la banda de música de su pueblo y a medida que el tiempo pasaba la saxofonista sentía mayor cariño por su saxo que tan buenos ratos le deparaba. Pero aquel idilio musical pronto, demasiado pronto acabaría. El saxofón no sonaba ya tan afinado porque auguraba un mal presagio y lloraba notas de tristeza. Maruchi cayó enferma sin posibilidad de curación. Conocedora de su mal y de la proximidad del final de su vida, acompañó a su nieto, que apenas contaba siete años, al desván de su casa, extrajo de su maleta el saxofón que guardaba sobre un vetusto armario, lo desmontó, explicó el funcionamiento e interpretó algunas melodías sueltas. Maruchi dijo a su nieto que quería que cuando fuese mayor aquel instrumento fuera para él. La mujer murió poco tiempo después, con tan solo 42 años, y su fiel compañero enmudeció encerrado en su vieja maleta. Media docena de años después, superada la infancia, el nieto, ya casi adolescente, acudió un día a casa de la abuela De la mano de su primo subió al desván y encontró la añeja maleta arropada de polvo sobre el voluminoso armario. Azaroso, el pequeño abrió el estuche , contempló el saxofón y reprodujo mentalmente las sueltas notas que su generosa abuela interpretara, tiempo atrás. El saxofón de Maruchi encontró nuevo e inseparable compañero. Su preciada herencia no resultó baldía. La mujer sembró con ella una profunda vocación musical y despertó en su nieto el amor por la música:”
Una veintena de años más tarde, “Jota”, el nieto de Maruchi, la de La Fuente de Pulpí, ha reparado en la motivación de su saxo y ha publicado su primer disco en solitario,”En la Villa”, un paseo por los paisajes e impresiones del alma, un viaje por las bambalinas del corazón con aíres mediterráneos, un reencuentro entre nieto y abuela, la verdadera madre de este trabajo discográfico con el que se le rinde un merecido tributo. Y es que, como el saxofón de la Villa, todas las cosas cobran vida si sabemos conservarlas y valorarlas.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/156723/el-saxofon-de-la-villa