No sabemos ni dónde, ni cómo, ni cuándo, y por desgracia, ni quién lo provocará, pero de lo que si podemos estar seguros cada verano es que el fuego abrirá noticiarios. Este año les ha tocado, a veces solo es cuestión del azar, a Portugal, Málaga y Valencia ser el foco de la desgracia, y cruzaremos los dedos para que ninguno más se sume a la lista.
Con los rescoldos, incluso cuando las llamas no han sido sofocadas, se intenta cuantificar las pérdidas ocasionadas por la catástrofe y casi siempre se hacen desde el punto de vista económico, tangible, a lo que los seguros pueden ponerle precio. Será el instinto de supervivencia, la resignación ante lo sucedido, la inutilidad de las lamentaciones o la necesidad de seguir adelante lo que nos lleva a no darnos por vencidos, a recuperar y reconstruir lo perdido.
Pero lo que nunca se hace es una valoración de lo que significa perder un bosque , de los beneficios ambientales que nos aportan, de forma directa e indirecta, porque la mayoría son servicios intangibles de los que nos cuesta entender su importancia y que no podemos reflejar en un número para poder compararlos y cuantificarlos. Eso es lo que se conoce como los servicios ecosistémicos, que cada vez se están teniendo más en cuenta para mostrar a la sociedad la importancia de proteger determinados ecosistemas que por nuestro estilo de vida están desapareciendo y que son fundamentales para conservar las condiciones del planeta y por consiguiente la vida humana.
Hay algunos de estos servicios que sí que son fáciles de entender ,que son los denominados de suministro, porque de forma inmediata podemos ponerle precio: los kilos de setas que perdemos, la madera, la cantidad de pastos que desaparecen para el ganado, el número de turistas que perdemos; pero hay otros que son difíciles de cuantificar y que de encontrar una forma eficiente de hacerlo nos harían entender todo lo que perdemos en cada uno de los incendios forestales. Son los llamados de regulación y culturales.
¿Qué precio le pondrías a los paseos que cada fin de semana realizas por un bosque, por un rio, por la orilla del mar para desconectar de la vida estresante que llevas? ¿En cuánto valoras la calidad del aire que respiras, la de especies de fauna y flora que viven en tu entorno, la vuelta de las golondrinas cada primavera? ¿Tienen precio tus recuerdos, los conocimientos que hemos perdido al encerrarnos en las ciudades o la belleza de un paisaje? ¿Cuál es el costo de las leyendas e historias que desarrollan la imaginación de los niños al pensar en hadas, gnomos y trasgos, o al fantasear con los misterios y secretos que se esconden en los senderos que los recorren?
Si pudiésemos ponerle precio a todas estas cosas quizás fuésemos capaces de entender lo que perdemos cada vez que se quema un bosque, se provoca un vertido de petróleo en el mar, se tira una bolsa al suelo, o alguien atenta contra cualquier ecosistema del mundo. Lo malo de saber el precio de las cosas es que alguien estaría dispuesto a pagarlas por sacar un beneficio personal, por eso debemos aprender a valorar lo que nos aporta la naturaleza sin sacarla a subasta ninguna. El dinero no debería comprarlo todo, y menos lo que nos pertenece a todos.
No quiero dejar pasar la oportunidad para alabar, agradecer y reconocer la encomiable labor de los equipos de prevención y extinción de incendios de nuestra comunidad autónoma, porque soy consciente, de que disponemos de una gran cantidad de efectivos cualificados que se juegan la vida en cada actuación, de medios, de recursos y de políticas preventivas para luchar contra los incendios forestales. Gracias a ellos, se han podido controlar, y han quedado como pequeños avisos a la sociedad, varios conatos de incendios que este verano se han producido en nuestra provincia.
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