¿Víctimas? ¿Qué víctimas?

Fernando Jáuregui
14:00 • 15 ago. 2018

Lo sabíamos, pero nunca se había puesto tan de manifiesto como este verano, lleno de gritos y huero de hechos contantes y sonantes. Pienso en ello cuando busco los nombres de los muertos y heridos por el atentado yihadista en Barcelona y Cambrils hace ahora exactamente un año: es obvio que la polémica política que provoca en los independentistas la presencia del Rey este viernes en los actos conmemorativos de ese luctuoso hecho supera con mucho al interés que tanto la Generalitat como el Gobierno central parecen mostrar por los dolientes. Los propios medios se muestran, nos mostramos, mucho más afanosos en acreditar o desacreditar la acción de los Mossos en aquellas fechas, vía un sumario judicial que se ha filtrado demasiado pronto y quizá demasiado oportunamente.


Claro que da la impresión de que siempre es lo mismo. La un poco bochornosa pelea entre Ayuntamiento de Vigo, Xunta de Galicia e incluso Ministerio de Fomento a cuenta de la responsabilidad última del accidente ocurrido en la madrugada del domingo al lunes en esta ciudad, que dejó más de trescientos heridos -parece, a Dios gracias, que ninguno de extrema gravedad-, lo certifica como un ejemplo más. Lo importante es achacar responsabilidades al rival político, actitud que nos evoca demasiados precedentes: la culpa siempre es del otro y el 'y tú más' es la 'ratio' suprema en el debate entre los políticos, que emplean sus manos en abusar del índice acusador y no en ponerse a trabar en beneficio de los perjudicados.


Y, ya digo, así siempre. Se trate de las pobres gentes del Aquarius, que a su desgracia unen el ser sujetos pasivos de la manipulación de los fuegos artificiales de la política, en este caso de Pedro Sánchez. O de la memoria de las víctimas del terrorismo etarra, terreno en el que ha patinado un poco estrepitosamente el nuevo líder del Partido Popular, Pablo Casado, que ha sido reprendido incluso por esas asociaciones de víctimas que, por otro lado, a veces, en ciertos casos, parecerían -duro me es decirlo- más interesadas en protagonizar la política que en atenerse a sus verdaderos, admirables, fines.



Un país no puede vivir exclusivamente de la política de gestos, del marketing, de la publicidad. De gritos. De continuos cambios de criterio. En la inseguridad jurídica y declarativa. Al menos, no puede vivir así si quiere ser un país fiable para el exterior y para sus propios ciudadanos, una nación en la que las declaraciones de los representantes públicos tengan una mínima fiabilidad. Lo digo, conste, tanto por el Gobierno como por la oposición. O por ese independentismo que pretende engordar gracias a un victimismo que no se justifica con la palpable realidad, no siempre al menos; y ello, cuando no se inventa cosas y promesas que nunca sería capaz de hacer efectivas.


No, España no puede mover su gran buque a golpe de timón oportunista, impulsada por los sondeos o por las balaceras locas de las redes sociales, mirando siempre tan solo a lo que conviene ante las próximas elecciones. Improvisación, coyunturalismo y nunca ir pavimentando el futuro. Y entonces, claro, a las víctimas --y a la dura realidad-- que les vayan dando y que no molesten con sus lamentos. País.





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