Del verbo resignificar

Isaías Lafuente
07:00 • 30 ago. 2018

El presidente Pedro Sánchez ha declarado en Chile que, por las "connotaciones" que tiene el Valle de los Caídos no cumple los requisitos para convertirse en espacio de reconciliación que ayude a restañar las heridas de la Guerra Civil, y asume que "por su contenido simbólico no se puede resignificar". 


Todo es discutible. Pero lo indiscutible es que no se conoce ninguna connotación sobrevenida en los últimos meses que haya modificado el simbolismo de la actual tumba del dictador. Son exactamente las mismas que imaginó el propio Franco cuando ordenó construir el monumento para perpetuar su Cruzada, las mismas que cuando lo inauguró veinte años después y las mismas que permanecen desde que fue allí enterrado hace 43 años.


Y como en estas cuatro décadas no se ha tocado una piedra del Valle, no existe connotación nueva que no viera el comité de expertos designado por el gobierno Zapatero en 2011 ni el relator de la ONU que lo visitó en 2014, que pidieron una resignificación del monumento. Lo mismo que pidió, por cierto, el PSOE de Pedro Sánchez cuando presentó una proposición de ley, hace tan solo 8 meses, que contemplaba la reconversión del monumento "en un centro nacional de memoria". Así que se entiende con dificultad este giro argumental del presidente.



La paradoja llega al absurdo si consideramos que la mera exhumación de los restos de Francisco Franco, ya supondrá una clara resignificación del monumento, o que será un imposible hacer del Valle de los Caídos un cementerio civil si no se desacraliza la basílica en donde están enterrados los cuerpos.


No ignoramos que no será fácil consumar la exhumación del dictador y sabemos que dotar de un nuevo significado ese monumento no es tarea fácil. Pero no parece que sea un imposible, ni siquiera más difícil que reconvertir una factoría de la muerte como fue Auschwitz en una vacuna contra la barbarie. 



Salvando todas las distancias, el Valle de los Caídos es también el paradigma del dictador que ordenó construirlo y del régimen que protagonizó. En sus piedras está grabado a fuego el desvarío megalómano forjado sobre los escombros de un país empobrecido, el sucio matrimonio entre la Iglesia y una dictadura que pisoteó buena parte de sus mandamientos, la explotación de los presos republicanos que lo construyeron en régimen de semiesclavitud y la humillación de los vencidos y de sus familias que no encontró límites ni cuando hubo que rellenar de cuerpos sus criptas para blanquearlo antes de su inauguración. 


Hasta la losa que cubre la tumba de Franco siempre nos recordará la tibieza y la lentitud de nuestra democracia para enterrar convenientemente una de las etapas más negras de nuestra historia. Lo único que hace falta es explicarlo.




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