El Presidente tiene en Cataluña su propio laberinto. Si la defensa, en mi opinión obligada, del juez Llarena ya le ha costado críticas de aquellos en quienes debe apoyarse para seguir en Moncloa, no es difícil imaginar la reacción del independentismo si el Ejecutivo osara ir un poquito más allá criticando, por ejemplo, la deslealtad clara del propio Torra con el Estado al que representa en Cataluña. ¿Puede ser que el silencio sea la respuesta a la iniciativa del Ayuntamiento de Vic de todos los días a las ocho por megafonía se aliente a los ciudadanos a luchar por la causa? ¿Es permisible el afán de identificación por parte de los Mossos a quienes retiran lazos y solo a ellos?.
Esta situación de poder del independentismo es lo que permite trasladar la idea de que Cataluña son ellos y solo ellos. Han abusado tanto que no es de extrañar que quienes no son independentistas busquen visibilidad aunque sea más que discutible que quien aspira a gobernar España, como es Albert Rivera, se dedique a retirar lazos. Mejor poner otros y denunciar el insólito y caprichoso cierre del Parlament hasta octubre en un alarde inigualable de desprecio a la institución que representa a todos los catalanes. Insólita e interesada.
El independentismo busca en los otros la causa de la tensión y al margen del acierto o no de la iniciativa de Rivera de ser él mismo quien quite lazos, lo que no vale es cargar las tintas en los demás con ausencia total de autocrítica, transfiriendo responsabilidades como si ellos pasaran por allí. La equidistancia entre unos y otros es hacerse trampas en el solitario.
Torra, Puigdemont y otros se están dedicando a calentar motores para que los nubarrones de Otoño sean una realidad. El Presidente del Gobierno ha declarado que no habrá por parte de los independentistas "actos ilegales" que serían susceptibles de recurso o denuncia. Tiene razón. Se cuidarán muy mucho de caer en ilegalidades manifiestas. Se quedarán al borde de la línea roja pero pueden llevar la política a una callejón sin salida. De los laberintos, mal que bien, se puede salir. De los callejones sin salida, como su nombre indica, no.
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