Estoy sentado en una terraza del Paseo marítimo, he pedido un café con leche porque son poco más de las 11 de la mañana y me da no sé qué pedirme una cerveza ya. Leo La Voz de Almería y hago tiempo hasta que sean las 12, a las 12 te puedes pedir lo que quieras, antes no. Cuando me lo está sirviendo, al camarero se le cae la cucharita al suelo, azorado me pide varias veces disculpas, como si ésta me hubiera caído en el pie y me hubiera roto un metatarso. A mí me da igual que se caiga una cuchara, las cosas que se caen dan vergüenza, nadie quiere que se caiga nada. Si una señora se cae en la acera todo el mundo acude a levantarla, una señora despanzurrada en el suelo da una pésima imagen de nuestra sociedad del bienestar, está prohibido caerse, cuando alguien se cae muchos acuden a levantarlo aunque al hacerlo le saquen el hombro, aunque tenga el fémur roto, eso es lo de menos, lo importante es que el yacente esté de pie, somos bípedos. Rápido, hay que levantar a alguien, alarma, que no esté en el suelo. Si nadie acudiera a levantarla pronto la señora podría convertirse en una cucharita del café. Es difícil no reírse cuando alguien se cae, sabes que está mal reírse y, aun así, lo haces. Si te aguantas las ganas te haces daño en el tímpano. Las consultas de los otorrinos están llenas de gente que ha presenciado caídas como de Videos de primera.
Una niña de unos 9 años pasa a toda velocidad por el carril bici con sus patines en línea, toma la curva y le falla la suspensión, se cae, se pega una hostia que para qué. Yo ni me muevo, el café con leche casi se me sale por la nariz, qué golpe se ha dado. Hago como que me levanto, corro la silla para que haga ruido, porque la intención es lo que cuenta, eso dicen. Me vuelvo a sentar pues una caterva de vigilantes de la acera se arraciman sobre la niña patinadora para auxiliarla. No se ha hecho ni un rasguño, se levanta y sonríe la niña, porque si te caes tienes que sonreír, es obligatorio. Woody, el pistolero de Toy Story le dijo a Buzz Llightyear que lo que él hacía no era volar, sino caer con estilo. Pensé que aquél era el día internacional de las caídas. Leí un wasap y me di cuenta de que yo mismo había caído enamorado. No quería levantarme.
En la mesa de al lado hay un señor muy gordo con un perro debajo de su silla, su silla parece inestable, tiene una pata torcida. Pienso que de un momento a otro ésta cederá y el hombre gordo caerá inevitablemente sobre su perro como la manzana sobre Newton, aquello será la leche. Todo el mundo acudirá a levantar al hombre y al perro aplastado, así que me pido una tostada, de aquí no me voy yo hasta que se rompa la silla o sean las 12. La niña patinadora se aleja tan pancha hacia el palmeral, el camarero me trae otra cucharilla y yo, impaciente, me voy al baño. De regreso a mi mesa, y como el que no hace la cosa, tropiezo con la pata de la silla del gordo, pero ésta no cede, se queda un poco en tenguerengue pero aguanta la embestida casi fortuita. El perro se huele la tostada y casi me muerde el tobillo. Doy un respingo y del susto me caigo. Una horda de clientes acude a levantarme, sonrío, nada, nada, qué caída más tonta, siempre me caigo en el mismo sitio. ¿Son ya las 12?
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