¿Ha cambiado la relación de Amat con los alcaldes de Almería, El Ejido y Adra?

Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 16 sept. 2018

Soraya Sáenz de Santamaría ha dicho adiós a la política. Lo ha hecho sin estridencias. En silencio. Casi con el mismo silencio que había aquella mañana de febrero de 2006 en la planta 7 de Génova en la que Fausto Romero tuvo la osadía -siempre ha sido un provocador- de comenzar una entrevista con Mariano Rajoy preguntándole porqué estaba triste. 



Aquella mañana teníamos una cita con el entonces presidente del PP de treinta minutos que acabó en tres horas. Al final, casi ya en la despedida, Rajoy recogió papeles de allí y de allá, varios puros de una vitrina y llamó por línea interior - esta tarde sobre las cinco nos vemos en mi casa y preparamos la intervención -, le escuchamos decir.



-Es Soraya, una chica muy lista y con mucho futuro. Mañana intervengo en el pleno en un debate sobre el Estatut catalán y voy a prepararlo con ella.



- ¿Y Acebes y Zaplana, que son las caras más reconocibles del PP no van a estar?- le pregunté copiando al Fausto provocador.



-Esta chica es mucho más lista que los dos juntos.



Han pasado doce años en los que Rajoy y Soraya han sido todo y hoy no son nada. La política es así de cruel. Quienes tanto les quisieron hoy miran su marcha desde la indiferencia. El rey ha muerto, viva el rey.



En Almería los seguidores almerienses de Soraya no están hoy más huérfanos que en la tarde del congreso de julio en que Casado les derrotó. Ramón Fernandez-Pacheco, Paco Góngora y Manolo Cortés optaron convencidos por la exvicepresidenta sabiendo que eran minoría entre los delegados almerienses. Les dio igual. Su gesto de entonces tuvo más valor que si se hubiesen situado en la ya intuida corriente mayoritaria. Y tuvo mas valor porque, con ese gesto discrepante, introducían en el PP un viento democrático -la discrepancia es la esencia de la democracia- tan poco habitual en un partido cesarista, que supuso una bocanada de aire fresco. 



Tres de los cuatro alcaldes más importantes de la provincia -Almería, El Ejido y Adra- optaron, públicamente, por la candidata derrotada. Es verdad que lo hacían con red. Sabían que Gabriel Amat valoraría su gesto desde la normalidad. 


Aunque algunos casadistas de última hora se empeñen en promover falsos recelos sobrevenidos, para Amat el posicionamiento de los tres alcaldes en las primarias pertenece ya a la prehistoria. Mas que su voto a la exvicepresidenta, le molestó que en los días previos al cónclave rompieran el voto de silencio que él había solicitado para proyectar una imagen provincial de neutralidad. Los tres alcaldes rompieron la disciplina monacal y lo hicieron (y Amat lo sabe, porque él también las sufrió ¡y como!), más por presiones del presidente regional que por voluntad propia.


El presidente del PP, alcalde de Roquetas y presidente de la Diputación (hasta dentro de unas semanas, quizá hasta después de las andaluzas) es un hombre práctico. Sabe que el pasado no construye el futuro y lo que está por llegar son unas elecciones municipales en las que en esos tres fortines el PP se juega mantener el poder hegemónico en la provincia. No está satisfecho con la gestión de algunos concejales de la capital (el alcalde tampoco: no hizo su equipo, pero las herencias tienen también ventajas e hipotecas); hay actitudes de Góngora que le provocan desasosiego y algunos asesores del alcalde de Adra no forman parte de su círculo (sincero) de confianza. Igual sensación le provoca algún alcalde y algún portavoz en la oposición de su partido en otros municipios de la provincia, pero la armonía total no existe y pretenderla es un ejercicio inútil que solo conduce al fracaso. Y el fracaso es un territorio al que se acaba llegando si, quien pilota el proceso se aferra a la anécdota de lo que pasó ignorando que lo importante es lo que está por pasar.


Rajoy y Soraya se han ido. En política la eternidad es el territorio que transita entre la euforia acompañada en la victoria y el desaliento en soledad tras la derrota. Un instante efímero en el que, a quien abandona el barco que un dio capitaneó, quizá le embargue la melancolía de aquellos versos de Quevedo en los que se definía como “Un fue, y un será y un es cansado”. Soraya se ha cansado de Casado y se ha ido. Y ahora el partido ha empezado a jugar otro partido en el que cualquier ruido en el vestuario puede provocar la derrota. Y ese es un resultado que a todos espanta.



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