Pudiera ser que en la intimidad, igual que habla catalán, sea una bellísima persona, pero fuera de ella, al contacto con el prójimo, se torna invariablemente, incluso cuando ríe, o sobre todo cuando ríe, tenebroso. Aznar no es el único, desde luego, que sufriría esa transformación espeluznante, pero sí era el único de los que juntaron el martes en el Congreso para dilucidar la corrupción del PP, que propinó a los españoles durante ocho años, desde el poder de su cargo, las sevicias y los sustos de ese su terrorífico Mister Hyde.
El martes, en la Comisión devenida en reyerta tabernaria, Aznar volvió a impartir una de sus clases magistrales de chulería y de desprecio absoluto al decoro del Parlamento. Aznar no habla, bufa a poco que le aprieten, pero es que, encima, se encontró con un antagonista, gemelo en talante y mala educación en realidad, que también bufa, ese chico tan pagado de sí mismo como el propio ex-presidente que atiende al nombre de Gabriel Rufián. El resultado no pudo ser otro que el que, estupefactos, los españoles vieron y oyeron: sólo faltó que uno de ellos, cualquiera de los dos, amenazara al otro, cheira en ristre, con mascarle la nuez.
Pero no sólo faltó eso, sino, principalmente, la cordura y la verdad. Cordura en los chistes y en las patosidades de bar del tal Rufián, que no sirvieron sino para banalizar y orillar el trascendente asunto que se trataba, el de las nefastas consecuencias que tuvo para España la gobernación, durante dos legislaturas, de un partido corrupto. Verdad, total ausencia de verdad según la percepción general, en las respuestas del interpelado. Que tal cosa suceda en el Parlamento, que al matonismo verbal de un tipo disfrazado de republicano se oponga en cinismo amenazante de otro que va de salvador de la patria, ofrece la turbadora imagen de un país inclinado patológicamente a lo macarra.
Cuando en el Parlamento, en vez de hablar, se bufa, es que nos falta un hervor como sociedad democrática y civilizada, o varios hervores. Con el regreso a ese Parlamento del más torvo de los bufadores, y del brazo de su masterizado nieto político, nos podemos ir despidiendo de los hervores e ir mentalizándonos en que habremos de comer la carne cruda.
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