Cuando estudiaba un cursillo de comunicación en esos Estados Unidos de los que ahora regresa Pedro Sánchez para reencontrarse con los viejos problemas, se me quedó grabada una de las premisas que nuestro profesor indicaba como acciones a efectuar en caso de crisis de imagen: "encierre a sus abogados", decía. Lo peor que una empresa -o un Gobierno- ante una crisis puede hacer, en la mayoría de los casos, es amenazar a los medios de comunicación con demandas sin fin. Que es lo que hizo Pedro Sánchez, a saber aconsejado por quién, antes de dar marcha atrás contra los periódicos que habían informado sobre presuntos plagios en su tesis doctoral y en su libro. Estuvo desacertado en lo primero, acertado rectificando, aunque se tratase de otra rectificación en una línea que hace zigzag constante en tantas cuestiones.
Lo que yo llamaría un talante hostil contra los medios se evidencia no pocas veces en la conducta del Gobierno de Pedro Sánchez, y bien que lamento decirlo. Cuando determinado digital publica las filtraciones sobre 'esas', ejem, embarazosas conversaciones de la ministra de Justicia con el infame comisario, lo primero que piensan en la Moncloa es en la manera de cerrar ese periódico digital, recién nacido precisamente con el nombre 'competencial' de Moncloa. Que si lo financia -ninguna prueba, por lo demás- ese mismo infame hoy encarcelado. Que si sus fuentes de ingresos son oscuras. De desmentidos a la información en sí misma -ciertamente procedente de fuentes ignotas, tal vez pringosas, pero y qué--, nada.
Luego están los insultos a la inteligencia de los interlocutores periodistas. Lo hemos comprobado tras el Consejo de Ministros cuando las 'bombas inteligentes', perdón por la redundancia y por meter a bombas y periodistas en el mismo saco, que no matan ni a los niños, ni a las mujeres, ni a los ancianos, sino solamente a los yihadistas en acción. O cuando la ministra de Justicia, tan en cuestión, asegura qu. al llamar 'maricón' a quien luego resultaría ser compañero en el Consejo de Ministros no quería referirse a su condición sexual (¿?).
Se presentaron como un equipo -ciertamente competente, en mi opinión- que venía a salvar al país, y ahora, cuando los medios critican y revelan cuestiones para ellos enojosas, por decir lo menos, se lanzan a cuestionar las esencias mismas de la información libre, según la cual 'noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique, porque lo demás es propaganda'.
La propia vicepresidenta del Gobierno, una persona a mi juicio muy estimable, pero que no acaba de colocarse en el lugar que táctica y orgánicamente le corresponde, se ha lanzado, creo que irreflexivamente, a pedir recortes en la libertad de expresión, como, dice ella, están haciendo los países europeos. Y no, señora vicepresidenta: lo que esos países europeos están haciendo es luchar contra las 'fake news' que tantas veces se cuelan como mercancía en las redes sociales, quién sabe si impulsadas desde algún centro neurálgico en un Este donde se quiere trabar la unidad de Europa. 'Fake News', señora vicepresidenta, noticias falsas. Lo malo es que ni los cotilleos de doña Dolores Delgado con el infame (presunto, por supuesto) son falsos, ni las páginas, curiosamente iguales a otras, contenidas en el libro que tan inmerecidamente es el más solicitado de España en este momento, son un invento de la malvada prensa canallesca ni de la oposición de 'las derechas'.
No, señora vicepresidenta; los periodistas, cuando contamos cosas que al poder no le gustan, estamos cumpliendo con nuestro deber, aunque nuestra fuente sea infame y el medio en el que nos desempeñamos, modesto. Ya sabe usted que muchas informaciones provienen de un contable que no cobra, como Filesa, o de una amante despechada, como el caso Juan Guerra, o de una guerra de intereses, como lo de Luis Roldán. O de una mera 'vendetta', que busca chantaje e impunidad, como todo lo que ha salido de las cocinas del infame contra, entre otros, el anterior jefe del Estado.
Pero que los filtradores sean más o menos, o nada, canallas no invalida el contenido de la información, que es lo realmente sagrado.
No, señora vicepresidenta; no basta con asegurar que se van a restaurar las buenas prácticas en la tele pública, a la que se acusa, quizá con una parte de razón, de haber manipulado tanto antaño -pero no tanto-tanto, ¿no?--, para que esas buenas prácticas se restauren automáticamente, por mucho que la responsable única comparezca con gritos de firmeza e independencia -que la creo_ ante el Parlamento, colocándose como por encima de él. Ni basta con asegurar que el CIS va a ser cada día más trasparente para que los malpensados de siempre dejen de malpensar en no sé qué cocinas y cocineros. Y los malpensados, esos que reenvían los 'memes' que tanto molestan en las áreas monclovitas, no son todos de centro-derecha, ni de la derechona pura y dura, créame que sé de lo que hablo, que no sé si es lo mismo de lo que usted habla cuando habla de 'las derechas'.
No, señora vicepresidenta; no es el Ejecutivo quien tiene que preparar medidas para 'limitar' la libertad de expresión del llamado cuarto poder. No vaya a ser que esas acciones limitadoras, todo lo bienintencionadas que usted quiera, deriven en coacción o incluso mordaza. Si hablamos de separación de poderes, en estos tiempos en los que se quieren cuestionar las normas contenidas en el (mal) reglamento de una Cámara del Legislativo, extendamos tal separación no solo a las fastidiosas decisiones del juez Llarena, sino también a lo que, a veces -lo admito- con pésimo gusto, con formas algo toscas, incluso con dosis de sectarismo, publican ciertos medios de comunicación.
Comprendo, señora vicepresidenta, que no le gusten a usted, ni a su jefe, ni a sus compañeros de Gabinete, esos medios; puede que uno mismo compartiese de cuando en cuando una parte de sus aprensiones.
Pero hay que admitir que una nueva, irreprimible, era ha llegado al mundo de la comunicación, y esa nueva era implica que no se puede así como así perseguir penalmente a un rapero que dice cosas propias de un imbécil o a un actor desquiciado que busca hacerse aún más tristemente famoso recurriendo a la blasfemia.
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