La actualidad patria se escribe en los últimos tiempos con la dudosa y sospechosa tinta académica que han grabado algunos nombres de primera fila de la vida pública. Como si de uno de los mejores seriales de la edad de oro de la televisión se tratara, la formación universitaria, truculenta, tramposa, dudosa y supuestamente falsa de algunos de los dirigentes institucionales, líderes políticos y responsables del poder de este país, es anunciada, pregonada y divulgada en cualquier medio que tenga un mínimo alcance. Los episodios, desde el primer titular a la última novedad, se han sucedido en los medios digitales, en las redes y en los medios convencionales.
Hasta las pequeñas cabeceras locales y comarcales se han hecho eco de las acusaciones, las denuncias, las investigaciones, las réplicas y contrarréplicas de unos y otros, de acusados y acusadores. La sorpresa irrumpe expectante cada día en diferentes plataformas con rabiosos contenidos que dejan atónitos a usuarios de las tecnologías, a lectores, oyentes y telespectadores. La formación académica de nuestros abnegados servidores de la cosa pública, junto a sus actuaciones económicas y manifestaciones de carácter personal conforman, tal vez, la temática más recurrente, en las últimas semanas, de los sabuesos vigías de la gestión pública que encuentran en las sabias y odiadas hemerotecas, fonotecas y videotecas, un vivero fidedigno del, a veces, olvidadizo pasado.
Sus logros han rotulado titulares y han abierto informativos ante la inaudita mirada de propios y foráneos, pues tamaños escándalos no encuentran fronteras que los detengan. Las consecuencias y repercusión de la información difundida son diferentes según el contexto social y cultural donde se reciban. En cualquier caso, dada la penetrante influencia de los medios, sobre todo de la televisión, estos y otros contenidos proporcionan con frecuencia reacciones, secuencias y vivencias tan inauditas o más que la esencia de los mismos hechos.
A saber: Los noticieros matinales de primera hora de una cadena privada de televisión ambientaban, días atrás, con sus novedades sobre regalados doctorados, dudosas tesis, masteres de tómbola y camuflajes económicos, los primeros cafés y “palomitas” mañaneras de la barra del “Bar Pepe” del pueblo de un servidor. A esa hora, ocho de la mañana, la parroquia, mayormente de trabajadores, jubilados y algún que otro desocupado, no era muy concurrida. El silencio de los clientes, aparentemente centrados en la ingesta de sus consumiciones, atribuía a la palabrería televisiva la categoría de soniquete más que de sonido.
A bote pronto, en tanto la incisiva presentadora desgranaba las cuitas del doctorado de uno de los primeros espadas de la política nacional, un descuidado cliente que parecía navegar por los posos de la taza de su café, se dirigió a otro parroquiano, habitualmente poco hablador y de cierta introversión, y le preguntó: “¿Fulano, tú tienes el doctorado?”. Tras unos instantes de incertidumbre temporal, el interrogado levantó su cabeza de la barra, dirigió su mirada, algo disgustada, al curioso convecino y con absoluta rotundidad respondió: “Yo lo que tengo son un par de cojones para darte ahora mismo un sopapo”. Unos instantes de silencio elevaron los decibelios del receptor del televisor y como un fugaz rayo de láser las miradas de la clientela entrecruzaron la estancia con un claro gesto de asombro y perplejidad. Satisfecha la cuestión, la paz imperó entre los parroquianos, incluidos los dos protagonistas, cuya conversación ya se ocupaba más la predicción meteorológica y de la recogida de la almendra que de “esas cosas” que dicen en la tele. Tal vez porque en el entorno rural preocupan más los doctorados domésticos de barra cotidiana que el belicismo académico de la actualidad política nacional.
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