La torería de Fausto

Alberto Gutiérrez
22:52 • 01 oct. 2018 / actualizado a las 07:00 • 02 oct. 2018

Querido Fausto: te has abierto en canal y nos has contado en el periódico que tienes cáncer. Que la cornada se presenta envainada y que confías en la buena salud de la medicina, que ciertamente ha mejorado mucho en las últimas décadas, logrando cronificar numerosos tipos de tumores. Pero si no es así, si la cornada hubiese provocado más destrozos de los que se sospechan, te muestras agradecido a la vida que has tenido hasta ahora, a la que disfrutas junto a tu familia y amigos. Tu confesión es un ejemplo de generosidad y de gratitud, lejos de sentimentalismos y huérfano de lamentos y de quejas. El Miura que tienes dentro ha emergido para mirar a los ojos a la enfermedad y asentar los talones dibujando una verónica arrebujada y despaciosa al estilo de tu admirado Fernando Cepeda. Eso se llama torería.


Hace muchos años que te conozco y siempre me ha impresionado tu profunda cultura, tu sentido del humor y la amenidad de tu conversación. La última vez que lo comprobé fue en la entrevista que te hice para La Voz y que seleccioné para mi libro ‘Al otro lado de Aqaba’. Además, me dio una gran envidia la inmensa biblioteca de tu casa, los libros apilados como joyas de la inteligencia, pues la literatura no es sino el almacén de los pensamientos.


En tu artículo del domingo citas a Benedetti, a quien yo también profeso devoción sincera, y te refieres a la vida como un paréntesis de la nada. Pero entretanto, ya que estamos aquí, aseguras con razón que todo esto es un trasunto del carpe diem, de atrapar los momentos. Y yo lo siento igual cada vez que miro a mi hija Claudia y a mi mujer, Mari Carmen, a la familia que estamos creando y que da tanto sentido a mi vida. 



En esta sociedad, que a veces creemos disipada por las redes sociales, como me contabas (“están matando al individuo”, dijiste), las verdaderas motivaciones del ser humano siguen siendo el amor y la pasión, que peligran por el egoísmo y el materialismo. Recuerdo que titulaste un artículo tuyo así: “Los ojos de la pasión”; me hacías una suave crítica porque yo había sido duro en mi crónica taurina de un festejo de Roquetas en el que actuaron cuatro diestros almerienses. Y tenías razón. Ya estaba entonces perdiendo la pasión por el toreo y poco después dejé de ir a los toros, aburrido. Años más tarde tú tomaste el mismo camino. 


Steve Jobs les dijo a los chicos y chicas de una universidad norteamericana que uno debe estar siempre alocado y hambriento, que es otra forma de decir lo mismo que has escrito en tu columna dominical. Pero tú eres más auténtico y tienes más gracia, claro. Tu actitud ante la vida merece todos los elogios en estos tiempos tan extraños que vivimos, donde el victimismo ha adquirido un valor inusitado.



Maestro, sigue haciéndole un hueco al carpe diem y presenta los vuelos del capote a este avieso cinqueño que no podrá con tu espíritu indomable y artista, como los apellidos que te adornan, Miura y Romero, Romero y Miura. Suerte, vista y al toro, Fausto.





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