La semana pasada fueron el Banco de España y el INE los organismos públicos que confirmaron la desaceleración de la economía española. El consumo y las exportaciones se han frenado y el PIB ya crece a tasas interanuales del 2,5 por ciento. Ayer se publicaron los datos del mercado de trabajo y de afiliación a la Seguridad Social. Y, como todos los meses de septiembre, cifra arriba, cifra abajo, los empleos en la educación han salvado el mes.
Ninguna complacencia cuando aún hay en España tres millones largos de parados. Y aquí es donde está la clave. Hace varios años que no se hacen reformas estructurales para dotar de dinamismo a la economía. Vivimos de la inercia y los vientos de cola ya no lo son. De ahí, la gran preocupación sobre el pronto empeoramiento de la actividad.
Hace unos días alertaban sobre este enfriamiento económico distintas organizaciones empresariales, el presidente del BBVA -no hemos hecho nada y lo vamos a pasar mal- e incluso el BCE y el FMI señalan ya sin tapujos que la economía mundial va a retroceder y que hay un problema de endeudamiento global de tres pares de narices. Y, en este contexto, hay un gobierno en España que lejos de afrontarlo está pensando en iniciativas que sólo agravarían el problema como la subida de impuestos, el aumento del gasto público o la subida de las pensiones con arreglo al IPC.
Y, más grave aún, un gobierno abonado a las improvisaciones, la descoordinación y rehén de los populistas y separatistas que están poniendo un precio muy alto a su apoyo, primero a la moción de censura, y ahora a la aprobación del techo de gasto y de los Presupuestos.
El gobierno hace aguas, en los asuntos importantes mira para otro lado y mientras a los problemas internos se unen un petróleo a 84 dólares, la subida de los tipos de interés, la crisis de Italia y puede que de Grecia de nuevo o las luchas comerciales de Estados Unidos. Nada hace pensar que Sánchez esté pensando en todo esto, así que como ya gritan mucho a los cuatro vientos, habría que ir a elecciones.
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