Caldeado anda el ambiente ante la decisión del gobierno de Pedro Sánchez de exhumar los restos del dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos.
Junto a la comprensible oposición de la familia del déspota, y también de sus herederos ideológicos, han surgido unos grupos de personas ataviadas con parafernalia y merchandising rojigualdo, que peregrinan en romería para manifestarse ante la basílica con la misma inocencia y ternura que unos quinceañeros a un concierto de Justin Bieber, lagrimitas de emoción incluidas.
Estampa esta, con olor a naftalina, que está ayudando a hacer el agosto a la orden benedictina que custodia el templo.
Cuando bastaría con una simple cronología de fechas para convencer a cualquier individuo con dos dedos de frente, resulta difícil creer que a estas alturas siga siendo necesario hablar de Franco y tener que aclarar y desmontar bulos sobre su gestión. La Guerra Civil española es uno de los episodios históricos sobre los que más volúmenes se han escrito, desde los serios y rigurosos, hasta los que desinforman y tergiversan intencionadamente.
Aprobado finalmente por el Congreso el decreto que permitirá exhumar los restos de Franco del Valle de los Caídos, las urgencias en cuanto a la reparación de las victimas del franquismo son muchas y el nombramiento de Fernando Martínez López como director general de Memoria Histórica supone un halo de esperanza al respecto.
“Spain is different”, fue el eslogan con el que el Ministerio de Información y Turismo, regentado por Fraga Iribarne, intentó lavar la imagen del régimen. En la actualidad, sigue vigente, y como muestra un botón: mientras los familiares de Hitler ocultaron sus apellidos para no ser relacionados con el Führer, los descendientes del Caudillo español reclaman honores a su nombre.
Mientras se resuelven los trámites de su realización y se aclara el entuerto de qué hacer con los restos del dictador una vez exhumado, propongo una idea integradora y de veras conciliadora con los dos bandos: una noche, sin anuncio ni previo aviso, y por supuesto sin ninguna organización oficial que lo asuma, sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos, enterrarlos en alguna cuneta al azar, a ser posible junto a un maestro y a un banderillero. Difundir indiscriminados rumores sobre su paradero, y que lo busquen.
Otra alternativa sería depositar los restos del tirano en el Pingurucho de los Coloraos. Puede que así nadie se replantee el cambio de ubicación del monumento.
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