La calidad de vida en los pueblos

Mis recientes sospechas sobre la calidad de vida en los pueblos, asunto que toqué en al menos dos notas, parece confirmarse desde los números de la ciencia económica. Nadie mejor preparado que la Caja Rural para estos menesteres. Los resultados vienen detallados en el trabajo que publica el Jefe de Redacción Antonio Fernández, mi tocayo. Por tomar las aguas de lejos digamos que la aparición de la burguesía comercial viene asociada a la caída de los muros feudales. En aquel tiempo se decía que el aire de la ciudad nos hacía libres. La abundancia de contactos, la facilidad para las transacciones y la nueva doctrina del enriquecimiento rápido auspiciada por la iglesia protestante facilitaba las cosas. Demasiados aires nuevos cruzaron por nuestras ciudades. Baste recordar la fuerte desagrarización que acompañó a nuestros famosos planes de desarrollo. Hoy, como explica el estudio de la Caja Rural, se vive mejor en aquellas poblaciones menores que residen en entornos escasamente degradados, también en zonas rurales bien comunicadas donde la cesta de la compra y la vivienda todavía no riñen con la burbuja inmobiliaria. Cabría hacer una comparación: la crisis ha dejado algunos puertos de yates como cementerios abandonados. Se oye en ellos el monótono golpear del viento pero nadie diría que hay en ellos animada vida social y menos económica. Junto a los amarres se suceden esas heladerías y bares en otro tiempo preciosos pero hoy con todas las sillas vacías a la entrada. Sin embargo no ocurre igual en pueblos del Alto Andarax o de la Alpujarra. Aquí no llega todavía el ruido de las ciudades ni el olor indisciplinado de las basuras. Se diría que los versos de Garcilaso o las odas de Fray Luis, tan pasados de moda, todo sea dicho, están como más propias en los pueblos que en el fragor de las ciudades. Teniendo en cuenta, además, que hay pueblos muy bien comunicados, de manera que bien por la ubicación o por la política cultural del consistorio la calidad de vida no se puede negar.