Creíamos que íbamos a echar de menos a Mariano Rajoy, que nos dejó un rosario de perlas lingüísticas extraordinarias. Pero Pablo Casado se está empeñando con eficacia en superar su legado. La reciente relectura de la Hispanidad fue de nota. Pero en una antología, que un día habrá que elaborar, entraría en el capítulo de chascarrillos si lo comparamos con otras. Por ejemplo, cuando llamó carcas a aquellos jóvenes que estaban empeñados en buscar "las tumbas de no sé quién", en referencia a los miles de españoles asesinados por el franquismo y enterrados aún en las cunetas. Parecería imposible caer más bajo, pero no. Ayer se atrevió a decir que la eutanasia es un problema que no existe en España, un invento del PSOE para dividir a la sociedad, como afirmó también hace tiempo. Una afirmación en la misma línea de la enmienda a la totalidad que su partido ha presentado a la Ley de Eutanasia, calificándola de degradante y equiparándola a la venta de órganos o a la esclavitud.
Cuando uno llega a una edad, por limitada que sea tu capacidad de empatía y por corto que sea el puñado de familiares, amigos, compañeros que te rodeen, la vida te habrá permitido contemplar unas cuantas muertes. Algunas prolongadas por una agonía innecesaria y cruel a la espera de que el corazón deje de latir en una persona que ya nunca podrá revivir. Los cuidados paliativos aminoran el dolor físico, es verdad, pero nunca llegaremos a saber si la angustia interna permanece en el moribundo. Porque los mismos médicos que te aseguran con cariño que tu ser querido ya no sufre dolor, te animan a hablarle y a acariciarle, por si acaso.
Tiene razón Casado en que la eutanasia es un problema que no existe. El verdadero problema es que la eutanasia no exista, que a estas alturas de la historia una persona no pueda ser ayudada a poner fin a su vida. Y no sólo en el caso de enfermos terminales, sino en el de muchas personas afectadas por enfermedades tan invalidantes que consideran que esa vida ya no es vida.
Pablo Casado tiene todo el derecho del mundo a oponerse a la eutanasia, por las razones que sea. A lo que no tiene derecho alguno es a ofender a aquellas personas que consideran que la culminación de una vida digna es poder ponerle punto final cuando la existencia se hace insoportable. Y las hay, a puñados. Sólo hace falta leer los periódicos o, sencillamente, mirar a tu alrededor con un poco de sensibilidad.
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