El ferrocarril español conmemoró ayer el 170 aniversario de la apertura oficial de la línea de tren entre Barcelona y Mataró, la primera de la península Ibérica, una infraestructura que, pese a su larga existencia, mantiene una rocambolesca situación en nuestra provincia. Es el tren un medio de transporte que ha sido y es protagonista de curiosas y enriquecedoras historias humanas que han encontrado escenario en los vagones de cualquier convoy, en cualquier momento de nuestras vidas.
El de José Luis Vivas y Milagros Bailón es uno de esos relatos que se forjaron en la segunda mitad del siglo pasado en el expreso que unía Zaragoza con la capital del Estado. A sus ochenta y ocho años, este experto fotógrafo publicitario, que posee una de las más completas y amplias colecciones de cámaras fotográficas analógicas del mundo, cuenta con cierta timidez las idas y venidas de su intensa vida que nació en tierras béticas .Hijo único de un comerciante de muebles afincado en Sevilla, con apenas ocho años José Luis jugó con la cámara de placas que siempre llevaba su padre consigo para perpetuar cuanto veían sus ojos y quien pronto regalaría a su hijo una “Kodak Vest Pocket” . La imagen y las cámaras inocularon la semilla del amor a la fotografía analógica a este tímido octogenario que mientras cursaba Bachillerato se convirtió en el fotógrafo de todas las actividades de su promoción. José Luis eligió la carrera de Farmacia para lo que hubo de trasladarse a Granada, en cuya ciudad compartió una céntrica pensión con otros tres compañeros, quienes, dada la carencia de calefacción en la hospedería, trasladaban su sala de estudios al desaparecido café Suizo, donde, además del calor del establecimiento, gozaban de las amenizadas tardes aliñadas con la voz de las más populares cupletistas de la época. Al finalizar una de aquellas sesiones de estudio, acudieron a su búsqueda unas compañeras de la facultad para que instruyera a una de ellas en el manejo de una cámara que le había regalado su progenitor. En la residencia femenina conoció a otra joven de la que quedó locamente enamorado, pero fue despechado y pese a los numerosos intentos del apasionado fotógrafo nunca logró, ni tan siquiera, poder exponer las razones que asistían a su corazón. Aquel fracaso sumió al joven en una profunda depresión que le llevó durante más de tres años a un alejamiento absoluto del género femenino.
La conversación con un comerciante de material fotográfico le llevó a descubrirse a sí mismo como un aventajado conocedor del mundo de la fotografía, por lo que abandonó la carrera de Farmacia. Llamado a las milicias universitarias fue destinado como auxiliar de farmacia a una guarnición de Zaragoza, donde profundizó su formación profesional en la imagen. En una de las viviendas alquilada por sus compañeros de milicias conoció un oportuno día a una joven llamada Milagros, y tras superar la incomunicación con fémina alguna, arrastrada años atrás desde el último despecho, el joven soldado andaluz logró entablar amistad con aquella muchacha que se resistió, en principio, a otro tipo de relación porque ella era unos años mayor que él. La insistencia de José Luis logró estrechar la amistad y que Milagros accediera a la invitación que le hizo para viajar al Sur. En uno de los trenes del trayecto entre Zaragoza y Madrid, camino del Sur, nació el amor entre los dos jóvenes, un sentimiento que se consolidó en las playas de Cádiz, Almería y Huelva, y se formalizó poco tiempo después con el enlace de la pareja. Una relación que la enfermedad de Milagros cortó de raíz hace quince años, y a la que José Luis supo responder con cuidados y atenciones hasta el último momento. José Luis, “el artista de la fotografía”, como le calificara el rotativo “Pueblo” en diciembre de 1960, al hacerse eco de la relevancia del regalo de infancia que había cambiado una vida, vive ahora a caballo entre Bruselas y Andalucía, donde nunca se desprende de las maletas que guardan las dos únicas pasiones de su vida: La fotografía y las cámaras analógicas y el amor femenino. Dos pasiones que nunca se apearon del tren del “artista de la fotografía”, como la inmensa colección de osos de peluche que guarda cuan personal tesoro desde que su madre le obsequiara de niño con su primer osito, gesto que su mujer, Milagros, imitaría durante todos los años de convivencia. Es una de las historias de nuestros trenes.
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