La Ley de Memoria, logro de las izquierdas para pervertir la historia de España y relanzar fantasmas ya olvidados, está permitiendo visualizar como máximos infractores a sus propios creadores. Me explicaré.
Si se condena la difusión, enaltecimiento, culto, fomento y proselitismo del franquismo, lo cierto a la vista de los resultados obtenidos, es que no hay mayor fomento a nivel general del franquismo que el protagonizado por las izquierdas que están irresponsablemente consiguiendo una exitosa promoción y excitación en su afán de “community manager” del denostado franquismo.
Han logrado que la generación de los 50´s vuelva a refrescar el ya olvidado y difuso recuerdo de unas vivencias entretejidas de temores y silencios que aprendimos a resultas de experiencias, algunas, fruto de experiencias vividas por nuestros antecesores en la crueldad fratricida y, otras, sufridas durante nuestra temprana educación plagada de estigmas ideológicos y religiosos. Ahora, los nuevos estigmas de las izquierdas han logrado rescatar y -lo que parecía inaudito-, poner de “rabiosa” actualidad el franquismo y lo peor del periclitado guerracivilismo con una activa legión de prescriptores de la oprobiosa.
Resulta extremadamente difícil cambiar el pasado por decreto o con alambicadas leyes promulgadas por la pulsión revanchista. Ni siquiera la legendaria “máquina del tiempo”, protagonista de tantas ficciones, podría cambiar los acontecimientos acaecidos al producirse la teoría de la paradoja. Ya saben: no se puede viajar en el tiempo, matar a tu abuelo y seguir vivo para contarlo. De la misma manera no se pueden establecer ucronías (qué habría pasado si en lugar de esto hubiese sucedido lo otro) en sucesos que propiciarían inciertas y numerosas posibilidades.
Se pueden poner muchos ejemplos. Uno de ellos podría conducir al escenario de 1939 en el que el Frente Popular hubiese ganado la Guerra Civil… Con la II Guerra Mundial en ciernes, España habría salido victoriosa con la inestimable ayuda de Stalin y, consecuentemente, ante las miserias dimanantes de la contienda, España necesitaba la ayuda proveniente de la Unión Soviética (la inversa al Plan Marshall), argumento que se traduciría en una más que probable invasión por parte del Tercer Reich, al entender Hitler que no podía permitir un país satélite comunista en el flanco más occidental. O sea, que no salimos de una cuando nos metemos de lleno en otra guerra de proporciones descomunales. No habría ganado Franco, pero es posible que ahora más de uno no lo estaríamos contando porque nuestro padre habría muerto en el frente o nuestra madre, de hambre.
La Guerra Civil, como todas las guerras, se salda con un ganador y un perdedor. Además, son los ganadores los que aplastan, arrestan, depuran, exilian… y en el mejor de los casos, arrinconan y estigmatizan al resto de los vencidos que han de vivir relegados de las mieles del triunfo.
Esto ocurre gane quien gane; sea uno u otro el bando ganador, y siempre existirá el sentimiento del resarcimiento. No hace falta que les cuente como se trató a los vencidos en las victoriosas revoluciones comunistas o golpes de Estado populistas. Cuando un empresario se arruina (pierde la batalla del éxito) no tiene más remedio que aprender de sus errores y, con su propio esfuerzo, tratar de levantar cabeza y reemprender una nueva senda para no caer la indigencia.
Aquí, sin embargo, es la indigencia intelectual la que pretende ganar la batalla librada en generaciones anteriores. Es como pretender recuperar la fortuna del adinerado bisabuelo que perdió sus propiedades en el juego y vida disoluta. Si en la vida “normal” se aprende de los errores, se concilian rencores familiares y se reconduce el fracaso empresarial, no es lógico que todo un país se afane en la reconciliación por la vía del refuerzo de las diferencias y el sectarismo.
Estamos -ahora sí- en una performance que ha logrado retrotraer al Vaticano a periodos de cismas y rupturas como las de Enrique VIII (octavo, para las izquierdas que no dan con la tecla de la numeración romana) y han conseguido que la Iglesia, extremadamente cuidadosa y sibilina con la diplomacia, irrumpa con un inequívoco comunicado oficial en el que contradice al Gobierno de España. Ha tenido que ser Carmen Calvo la que dixit cosas que no dixit el Vaticano. Y aquí estamos en la performance de si lo sacamos de aquí para llevarlo allí; siendo allí peor que aquí; pero lo de allí no puede ser, ni tampoco es posible que sea lo de aquí.
¡Ay, Carmela! Esto si es una verdadera performance. El mejor regalo para una semana de Noche en Negro de Halloween: No es preciso disfrazarse de fantasma, cuando el fantasma se lleva de serie.
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