Una de las últimas autorizaciones de permisos concedida por la Administración Andaluza en nuestra provincia para investigar recursos mineros ha sido la de “El Cañarico”, en el término municipal de Oria. La concesión, otorgada a la mercantil Economía Recursos Naturales S.L., investigará la existencia de cobalto, cobre y niquel, y afecta a una superficie de casi cuatrocientas hectáreas. Ha sido el último permiso para uno de los más del centenar de derechos de explotación que hace algunos años salieron a concurso sin que, en aquel entonces, despertara gran interés en las empresas y sociedades mineras, un hecho que causó alguna sorpresa cuando el subsuelo de la provincia guarda una importante riqueza minera que no ha sido explotada.
El mapa almeriense de la minería apenas si deja rincones vírgenes en las diferentes comarcas con un amplio catálogo de yacimientos, donde hay constancia de una extensa gama de materiales: níquel, serpentina, yeso, cobalto, arcilla, topacio, granate, hierro, pizarra, oro…Todo un goloso muestrario de recursos que, en algunos casos, esperan que cualquier iniciativa los explote. Alguna de ellas ha surgido en las últimas décadas, como la protagonizada en 2011 por la empresa Basti Resources que obtuvo un permiso de investigación bajo el nombre de Marcia IV, que supuso la ampliación de unos trabajos que dicha sociedad realizaba en suelo almeriense desde 1996, y que dio luz verde a la exploración en más de dos mil quinientas hectáreas de terrenos en los términos municipales de Abla y Las Tres Villas. En realidad, Basti Resources no actuaba para sí, sino que estaba contratada por la multinacional estadounidense Auex Ventures, para la que habían iniciado exploraciones en los términos de Fiñana, Abrucena, Gérgal y Nacimiento. Dicha iniciativa, en la que se invirtieron más de dos millones de euros, despertó cierto interés no exento de escepticismo, aún cuando el objetivo de la promotora americana fuese muy loable. Desde entonces no he dejado de reflexionar en las interesadas relaciones que los hijos del Tío Sam han tenido y mantenido con nuestro país y con nuestra provincia, a la que “obsequiaron” con un baño de radiactividad que contaminó el licopeno de los tomates del Levante, privó durante una época de la provisión de pescado y dejaron un vertedero de basura radiactiva con la que desde hace más de medio siglo conviven numerosos paisanos.
Salvado el lapsus, hemos de reconocer que el potencial minero almeriense es un hecho real, avalado históricamente, aunque otra cuestión es la viabilidad económica de la explotación de los recursos que se prodigan a lo largo y ancho de la geografía provincial. No obstante, hay que reconocer cierta apertura al sector por parte de la Administración autonómica, tal y como se deduce de las palabras del delegado territorial de Conocimiento y Empleo, Miguel Ángel Tórtosa, durante la entrega del permiso de investigación de “El Cañarico”, quien destacó “la apuesta de la Junta de Andalucía por el desarrollo de la minería como uno de los principales sectores productivos de nuestra comunidad, capaz de generar riqueza y empleo y de absorber gran parte de la bolsa de desempleo..”.
La temática viaja a la historia contada por mi extinta vecina Otilia, quien nonagenaria alejada de fantasías, adentró su relato en los hechos que le sorprendieron una limpia mañana de verano frente a su residencia rural, en los linderos de Purchena, Oria y Urrácal. Nunca pudo sobreponerse a las imágenes contempladas desde su ingenua inocencia: Por los caminos polvorientos adivinó la llegada de una camioneta con lingotes brillantes de un preciado mineral que con cuido y esmero sus portadores depositaron en una vieja mina, hoy abandonada, y donde, muchos años después, permanecen bajo el anonimato de sus curiosos mineros. Quizá en estos rincones debieran fijar la vista los nuevos emprendedores, los incansables buscadores de oro, porque quizá vivamos en un nuevo Dorado.
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