José Luis Masegosa
22:04 • 04 sept. 2011
Los hay para todos los gustos. Unos son grandes, con dimensiones muy amplias y su territorio ocupa amplias extensiones de terreno. Otros tienen un tamaño medio, y otros son de reducida superficie, a veces tan exigua que solo alcanzan la categoría que les define por su propia trayectoria histórica. Dicen los anales que siempre han querido tener voz propia, hablar por sí mismos, pero que no lo consiguen en todos los casos. También saben callar, sumirse en el silencio más silente y poner a prueba su sempiterna paciencia franciscana. Los hay de interior y con litoral, con vistas y sin ellas. Unos son más complejos y conflictivos que otros. En ocasiones se sienten ninguneados, ignorados con la más cruenta indiferencia. Otras veces se saben protagonistas, atendidos y hasta mimados, cuando no el ombligo del mundo por ese frecuente hábito tan nuestro, tan carpetovetónico, de hacernos creer a nosotros mismos que somos lo mejor de lo mejor, que más allá de las narices propias no hay nada o que lo que hay distinto a lo nuestro es peor o de ínfima calidad. En cuanto a pensamientos e ideas, la muestra es muy amplia: Los hay de centro, de derechas, de izquierdas, conservadores y liberales, progresistas y retrógrados, avanzados y retrasados. Su existencia está sustentada por la vida que acogen, la de sus hijos y allegados.
En la inmensa galería que ocupan hay los que se muestran acogedores, hospitalarios y receptivos, frente a los inhóspitos e ingratos, antipáticos y desagradables, si bien es verdad que resulta harto difícil homogeneizar y generalizar a todas las almas que cobijan sus casas y edificios. Los hay hermosos, resplandecientes, limpios, cuidados y embellecidos frente a los feos, canijos, sucios y descuidados. Los hay con más y menos servicios, con mayor y menor equipamiento, con mejores y peores comunicaciones, unos son más luminosos que otros. En unos es la cárcava predominante en el paisaje lugareño, en otros abundan los mondos y las parameras. El agua es determinante en las acuarelas naturales que enseñan su piel y sus vergüenzas. Los tonos ofrecen una rica gama que oscila por todos los colores del arco iris en una continua metamorfosis de imágenes y sonidos, de luces y de sombras. Son los pueblos pueblos. Ese vocablo que diera título a una de las más hermosas obras de Azorín y que ahora, aunque muchos lo sabíamos y lo habíamos publicitado, se desvelan en un informe de Cajamar publicado por La Voz como los núcleos que atesoran mejor calidad de vida de la provincia, sobre todo los pequeños, bien comunicados y menos degradados. Son los pueblos, donde habita la vida.
En la inmensa galería que ocupan hay los que se muestran acogedores, hospitalarios y receptivos, frente a los inhóspitos e ingratos, antipáticos y desagradables, si bien es verdad que resulta harto difícil homogeneizar y generalizar a todas las almas que cobijan sus casas y edificios. Los hay hermosos, resplandecientes, limpios, cuidados y embellecidos frente a los feos, canijos, sucios y descuidados. Los hay con más y menos servicios, con mayor y menor equipamiento, con mejores y peores comunicaciones, unos son más luminosos que otros. En unos es la cárcava predominante en el paisaje lugareño, en otros abundan los mondos y las parameras. El agua es determinante en las acuarelas naturales que enseñan su piel y sus vergüenzas. Los tonos ofrecen una rica gama que oscila por todos los colores del arco iris en una continua metamorfosis de imágenes y sonidos, de luces y de sombras. Son los pueblos pueblos. Ese vocablo que diera título a una de las más hermosas obras de Azorín y que ahora, aunque muchos lo sabíamos y lo habíamos publicitado, se desvelan en un informe de Cajamar publicado por La Voz como los núcleos que atesoran mejor calidad de vida de la provincia, sobre todo los pequeños, bien comunicados y menos degradados. Son los pueblos, donde habita la vida.
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